
Érase una vez un corredor de bolsa con mucho talento que tenía éxito en sus operaciones financieras. Trabajaba duro para alcanzar sus objetivos. Siempre que viajaba en tren o en avión, se le veía con su portátil o su móvil haciendo consultas o transmitiendo órdenes. Su trabajo le apasionaba y le ocupaba por entero los siete días de la semana. Para la agencia que le había contratado y para sus clientes era el hombre más productivo del mundo. La única nota divergente la ponían su mujer y sus hijos, que no le veían nunca. Al fin acabó pasando lo que tenía que pasar: su mujer le pidió el divorcio y sus hijos dejaron de llamarle «papá». Empezaron a llamarle «señor». El corredor de éxito no había sido un marido ni un padre de éxito.
¿Cómo ser productivo o dar fruto?: he aquí la cuestión planteada en el evangelio de Juan. Hay que tener cuidado y no dejarse «embriagar» por la imagen de la viña y los sarmientos, así como por la de Cristo en nosotros y nosotros en Cristo, que nos fascina por su belleza y la dulce intimidad sugerida en ella, mientras olvidamos la verdadera cuestión: ¿qué significa estar unido a Jesús?
A Jesús yo no lo he visto en la vida. Nadie lo ha visto, en realidad, a no ser un iluminado. Si puedo acercarme a Él es a través de los relatos evangélicos, en la medida que medito sobre ellos asiduamente. También puedo acercarme a Él gracias a aquellos que intentan impregnarse de su pensamiento y de su vida. Me acerca a El todo un esfuerzo intergeneracional para comprender su visión de las cosas y ponerla en práctica. Y me acerca también una fuerza misteriosa que siento dentro de mí: unas veces se llama «sed de amar»; otras, «sed de verdad». Ocurre, en efecto, como en una relación de pareja que aspira a perdurar: tiempos de conflicto y tiempos de silencio se suceden en ella, tiempos de acción y tiempos de intimidad…
Algo así le pasa también a todo el que aspira a una relación duradera con Jesús ¿Es suficiente esto, sin embargo, para dar fruto? Parece que no.
«Todo sarmiento que dé fruto mi Padre lo podara para que dé más fruto» ¿Qué significa «podar»? A mí en particular reconozco que la poda no me gusta nada. En el patio de atrás de mi casa tengo unos rosales y una docena de plantas cruzadas de té. Cuando llega el otoño hay que cubrir las plantas de turba de forma que solo queden a la luz unos treinta centímetros en cada una para protegerlas de los fríos invernales. Yo me resisto a cortar sus hermosas ramas, llenas de flores y brotes nuevos. La mayoría de las veces es a mi mujer a quien le toca hacerlo. Es imprescindible para volver a disfrutar de un rosal lozano cuando llegue la primavera ¿Ha visto alguien un tocón de viña en invierno? El noventa por ciento de sus sarmientos han sido cortados. Ahora bien, ¿qué es exactamente una vida que se deja podar?
Desde hace algunos años mi libertad e intimidad se han visto sometidas a una cierta poda. Mi hija y su esposo viven con nosotros: ella sigue estudiando y, dados sus escasos recursos, hemos decidido ayudarles a ambos de este modo. También nosotros, cuando aceptamos vivir en pareja, aceptamos la poda de una parte de nuestra libertad, muy conscientes de que era ésta una condición necesaria para dar fruto abundante. Cuando alguien comparte sus recursos, ¿no está sometiéndose a una cierta poda? Al dejar atrás su vida tranquila en Nazareth, al aceptar que las autoridades religiosas acabaran destruyendo su reputación y al amar hasta pagar el precio de su propia vida, Jesús se ha visto sometido a una poda incesante. Se suele hablar acerca del fruto de su Resurrección sin tener presente que éste ha sido el fruto de una larga poda.
Aceptar la poda, aceptar la pérdida de todo aquello que es, en sí, algo bello, es tan difícil que necesitamos de los demás. Saber que, al final, nos aguarda un fruto abundante no basta. Necesitamos la fuerza del amor, un entorno que nos ayude. «Sin mí no podéis hacer nada», dice Jesús. La tragedia que conmocionó a los habitantes de Toronto cuando una bala perdida, en un intercambio de disparos entre bandas callejeras, mató a una niña inocente, ¿no refleja las consecuencias trágicas de un entorno viciado? Nuestras comunidades cristianas ¿son auténticas y capaces de ayudarnos a hacer este trabajo de poda?
Uno de los frutos más extraordinarios de este trabajo de poda es que nuestro corazón se pone a vibrar al mismo ritmo que el de Jesús, a anhelar lo que Él anhela. Tal como sucede en la vida de una pareja, de forma que Dios nos concede todo lo que le pedimos.
Texto original de André Gilbert traducido por V.M.P