¿COMO SEÑALAR EL NORTE?

Hace poco nos enteramos de que una mujer musulmana, elegida como diputada en las elecciones legislativas celebradas en Palestina, salía en defensa de la poligamia. El amor, según ella, estaba hecho de sacrificios y ella era la primera en sacrificarse al compartir su marido con otra mujer mucho más joven, tanto que bien hubiera podido ser su madre.

A muchos nos deja perplejos semejante idea del amor, así como su puesta en práctica. Entre cuantos estamos en el extremo opuesto del espectro, si pensamos en esta mujer, podemos encontrar, sin embargo, cosas como los clubes de intercambio. Son sitios donde ciertas personas, sin compromiso ni obligación alguna, buscan dar un poco de chispa a su relación de pareja ¿Cómo darle a la vida una orientación realmente liberadora? Es desde este contexto como escucho yo el evangelio: «Jesús vio una muchedumbre inmensa y sintió compasión de todos ellos porque andaban como ovejas sin pastor; se puso, entonces, a enseñarles muchas cosas»

Cabe situar este pasaje evangélico en el contexto del envío misional por parte de Jesús a sus discípulos. Les envía a predicar y a curar a los enfermos. Ser enviado en misión significa ser llamado a dar, tanto en el sentido espiritual como en el físico. Ahora bien, ¿qué significa, en concreto, «dar»? ¿Cómo puede uno dar? ¿Cómo puede uno enseñar algo a personas desconcertadas, en búsqueda, sedientas de amor y de luz? Acerquémonos un poco más a este pasaje.

Los apóstoles enviados en misión se agrupan en torno a Jesús ¿Qué hace Él entonces? Les dice:“Venid vosotros y retiraos conmigo en un lugar apartado para descansar un poco”Se apartan, pues, de la gente para volver a encontrarse entre ellos ¿Por qué? La respuesta es sencilla: nadie puede darse a los demás si primero no se ha dado tiempo para encontrarse consigo mismo.

El simbolismo de la barca y el lugar apartado nos remite a nuestro propio caminar por la vida, a ese largo viaje que hemos aceptado emprender para entrar en nosotros mismos y descubrir, así, quiénes somos realmente. No podemos emprender ese viaje sin «descansar», es decir, sin tomar distancia de este mundo que nos asalta diciéndonos: «¡vete a la derecha, vete a la izquierda!». El mundo que nos asalta es tanto el de las prohibiciones religiosas como el de las ideas de moda. Este largo viaje hacia uno mismo es esencial porque nadie puede dar lo que no tiene ni señalar el norte si no lo ha encontrado primero por sí mismo. Si no aceptamos este viaje, no haremos otra cosa que reeditar nuestro superyo individual, familiar o colectivo. Lo único que sabremos transmitir a los demás, una y otra vez, serán principios rígidos o ideas de moda. Adoctrinaremos o culpabilizaremos: nunca llegaremos a liberar realmente a nadie.

Nuestro evangelio no habla de este viaje como de un viaje en solitario sino con otros, en torno a Jesús, que se presenta a sí mismo como el buen pastor. La fraternidad, el calor y apoyo de los demás son esenciales para este viaje. Yo necesito sus ojos, necesito su eco, necesito su paciencia y necesito también su ternura. Como cristiano, necesito saberme además precedido por Uno que ha caminado durante más de treinta años por su lugar de Galilea antes de tomar la palabra en público: Jesús de Nazaret, el mismo que me sigue acompañando hoy.

¿Qué sucede, pues, en ese lugar apartado al que Jesús se retira con sus discípulos? Es allí donde se vuelven a encontrar con la gente. Cuando he acertado a tomar el rumbo hacia mí mismo y he decidido llegar hasta el final, soy capaz, entonces, de encontrarme con los otros y de verles entendiendo a fondo lo que viven:»Jesús vio una muchedumbre inmensa y sintió compasión de todos ellos…»

Cuando he llegado a afianzar mi identidad y a saber decir dónde está el norte para mí, estoy en condiciones de guiar a los demás:»Jesús se puso a enseñarles con calma a todas esas gentes que andaban como ovejas sin pastor»

Cuando he llegado a encontrarme conmigo mismo, puedo dar: es así como a nuestro pasaje evangélico le sigue otro en el que vemos a Jesús y a sus discípulos dando de comer a cinco mil personas.

En mi ambiente de trabajo convivo con musulmanes y con budistas, con cristianos que asisten al culto y con otros que no. Y me siento llamado a ayudarles a todos a encontrar su propio norte, según el lugar donde se encuentren. Pero lo primero para mí es encontrar un lugar donde pueda sumergirme en mis raíces, bien sea la vida de pareja o la comunidad ¿Seré capaz de encontrar un lugar así?

Texto original de André Gilbert y traducido por V.M.P

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