
El mundo, a los ojos de cualquier ser humano, es tarea y mucha. Por algo nos acaba moviendo a hacer lo que no podemos, a decir lo que no queremos y a dar lo que no tenemos. En torno a Jesús y a sus discípulos «eran tantos los que iban y venían que ni para comer tenían tiempo» (Mc 6, 31). Jesús les invitó a embarcarse con él rumbo a un lugar apartado. Pero la gente les fue siguiendo y, cuando desembarcaron, se encontraron con una gran muchedumbre. Fue entonces cuando Jesús dio lo que tenía, cuando puso cerco al mundo como quien fija un límite a la mano que se alarga hasta alcanzar lo vedado: no debemos dar lo que no tenemos ni hacer lo que no podemos ni decir lo que no sentimos. El evangelista, para subrayar que no era el mundo lo que movía a Jesús, nos dice que «se conmovió». Se conmovió por dentro ante la muchedumbre «porque eran como ovejas sin pastor». He aquí al buen pastor: el que da lo que tiene. No le mueve el mundo a dar lo que no tiene. El mundo es tarea y mucha. Se conmueve él por dentro. Antes de empezar la tarea, ya se ha dado a sí mismo por entero. Sin hacer ni decir nada. Basta una mirada al otro para salvarle. El resto es, a veces, estorbo.
Texto escrito por V.M.P