
Cuando Jesús le preguntó a Felipe de dónde iban a sacar pan para dar de comer a tanta gente, ¿qué fue lo que éste le respondió? Que hacía falta mucho pan para alimentar a tantos. Felipe no vio personas. Vio su número. El número o el tamaño: he aquí dos atractivos esenciales que el mundo puede alcanzar. Cuanto más mejor. Lo bueno no es lo valioso sino lo mucho. Lo poco o lo pequeño carecen de valor. Cuando Andrés, hermano de Simón, se encontró con aquel pequeño que tenía entre sus manos cinco panes y dos peces, ¿cuál fue su reacción?: de escepticismo – «¿qué es esto para tantos?»-. Cinco panes y dos peces eran muy poca cosa, claro está. Pero lo cierto es que no fueron necesarios los doscientos denarios de pan -según los cálculos de Felipe- para dar de comer a tanta gente. Bastaron, para ello, aquellos pocos panes y peces que un niño pequeño apareció de pronto sosteniendo entre sus manos. Cuando no confundimos lo bueno con lo mucho o lo grande ni reducimos las personas a medios o a números, entonces se nos abren los ojos y alcanzamos la visión plena de las cosas. Cada uno de nosotros vive en ese niño pequeño que aparece de pronto. Para el mundo, que es tarea infinita, es muy poca cosa. Pero, con sus cinco panes y sus dos peces, Cristo va a instituir su Eucaristía, Sacramento para la salvación del mundo.
Texto escrito por V.M.P.