De las manos no se ha hecho elogio suficiente, que yo sepa. Soy de los que las juntan a menudo, recogen y entrelazan para darse calor y compañía. Las manos (se) unen. Son afables por naturaleza. Solo una mente alicorta ha podido reducirlas a instrumento de trabajo: a cosa, al fin y al cabo.
Los fariseos y escribas se reunieron una vez -nos cuenta el evangelio- y, viendo a algunos discípulos de Jesús que comían sin haberse lavado las manos según la tradición de sus mayores, le preguntaron al Maestro: «¿por qué tus discípulos comen con las manos comunes?». Manos comunes, manos que unen a las personas con las cosas y a las personas entre sí, no eran puras para los fariseos y escribas. No eran dignas de unir al ser humano con la divinidad, al siervo con su Señor.
Pero, ¿cómo es posible? ¿Cómo no va a unirnos a Dios lo que nos une a las cosas que cogemos para hacer con ellas algo humano y a las personas que tocamos para darles nuestra fuerza o nuestro amor, si es necesario? La respuesta, a la letra. Aquellos fariseos y escribas, que se aferraban a la tradición de sus mayores lavándose las manos antes de comer, «habían soltado el mandamiento de Dios», según el evangelio. No sabían tocar. Para tocar hay que soltar. Ellos habían reducido las manos a instrumento -a mera cosa- y con ellas se aferraban a la tradición de sus mayores.
De hecho, el evangelio nos recuerda que no solo se lavaban las manos antes de comer. También lavaban vasos, jarros y bandejas. En todo ello aferrados a la tradición de sus antepasados. Vivir aferrados a algo, lo que sea, cosifica aquello a lo que nos aferramos. Las cosas no tienen vida propia. Las cosas no se pueden tocar. Tocarlas es soltarlas, humanizarlas, amarlas de algún modo.
Los fariseos habían soltado el mandamiento de Dios porque todo el que se aferra a algo suelta lo demás sin darse cuenta. Aquellos hombres «adoraban a Dios con los labios pero su corazón estaba lejos de Él». La hipocresía de los fariseos era, como pueda serlo la de todo hombre en cualquier época, inconsciente, insensible como el tacto que se ha perdido para el trato con lo otro. Piedad vacía, sin tacto, incapaz de reconocer ni la profundidad de la piel ni la vida propia de las cosas.
Neste artigo da Revista das Festas Patronais, D. Enrique fai unha análise socio-económica de As Pontes na época dos García Rodríguez, explicando como pasou a eles o dominio territorial de As Pontes; fala tamén dos oficios que se practicaban nesa época, da agricultura, da poboación…
CONTEXTO SOCIO-ECONÓMICO DE AS PONTES EN EL DOMINIO DE LOS GARCÍA RODRÍGUEZ
Por Enrique Rivera Rouco,
Cronista Oficial de As Pontes.
El ilustre historiador gallego, D. José Santiago Crespo Pozo, constata en su obra “Blasones y Linajes de Galicia” que el régimen feudal en la Comarca de As Pontes fue ejercido por Don García Rodríguez y dos legítimos descendientes suyos, también llamados “García Rodríguez de Valcárcel”, desde finales del siglo XIV y a lo largo del XV, pasando posteriormente a depender de la Casa de Lemos.
El primero recibió este feudo por gracia del Rey Enrique II (“de las Mercedes”), que obligó al anterior dueño, su sobrino el Conde Pedro de Trastamara, a entregarlo al García Rodríguez y compensándolo con el señorío de Cedeira (1). Dice el documento de la cesión (conservado en el Archivo de Liria de Madrid) que le dona “la Villa de las Pontes con todo su término et alfos et jurisdicción et señorío et con todos sus derechos et pertenenzas…”
El nombre de “alfos” era entonces aplicado a distritos con varios pueblos sujetos a la misma jurisdicción, por lo que el feudo del “Señorío de las Pontes” (como era entonces nombrado) (2) debía ser extenso en tierras; limitaba con las posesiones del Monasterio de Caaveiro y no llegaban aún a estas cercanías las posteriores propiedades de la Casa “Pita” de Mera (que luego otorgó Felipe II por méritos de guerra, a un militar de dicha Casa, naciendo así el “Condado de Ortigueira”) y que llegó a poseer varios Lugares en El Freijo, en Gondré y el Lugar de A Carballeira de As Pontes.
Esta Casa de Mera fundó los Santuarios de Merlán, de Santomé (en El Freijo) y el de San Martín de Gondré en As Pontes, Recogiendo notas principalmente de la obra “Historia de España” de Luís Suárez Fernández (Manual para universitarios, de reciente publicación) en su volumen 7º, dedicado a los “Trastamara” (dinastía imperante en esa época sobre nuestro feudo y otros), así como de algunas otras fuentes, podemos formar una semblanza acerca de las condiciones de vida y vicisitudes en que se desenvolvieron nuestros antepasados de aquel entonces.
Fue Enrique II pródigo en “mercedes” o concesiones, engrandeciendo a muchos señores y permitiendo de esta forma una amplia subrogación de la autoridad real en los señoríos, que de este modo se convertían en jurisdiccionales, y también la constitución de mayorazgos (3).
Un beneficiado suyo ha sido nuestro feudal Don García Rodríguez, quien de escudero pasó a ser noble y su familia al alto linaje (4).
Construyó el todavía existente “puente de los hierros o puente viejo” según el historiador ferrolano, Benito Vicetto (5), y una fortaleza, de la que da cuenta Couceiro Freijomil en su relación de castillos de Galicia del año 1.603, donde añade que “estaba deshabitado y entrando en ruinas” (6).
El escudo de armas de este Noble presenta sobre campo de plata nueve cañones de oro en franjas de a tres, y continuaron con igual blasón sus descendientes, cual consta en el Instituto de Investigaciones Heráldicas de Madrid (7).
La población del Norte de Galicia (y por tanto nuestro feudo) era en esos tiempos compuesta por campesinos (“cultivadores o labradores” -no dueños-), caseros o arrendatarios, aparceros, asalariados, criados, practicadores de algunos oficios y muy pocos propietarios (subalternos hasta cierto límite del noble) (8).
La etapa de los Trastamara fue distinguida por el resurgir del comercio entre pueblos y también con el exterior, siendo privilegiadas nuestra Villa y Comarca en esas actividades al hallarse en la encrucijada de dos importantes rutas: de Lugo a Ferrol y del Barqueiro-Ortigueira a Betanzos-Coruña; de ahí la existencia de gran número de oficios y de artesanos, y la promoción de productos para atender no sólo la demanda de la zona sino para la venta en mercados y a compradores forasteros.
Predominaban los cereales y los ganados, también las maderas de castaño, roble, abedul, boj, etc.
Era abundante la venta de: cueros, cordobanes (o pieles curtidas), lana y prendas de lana y lino, carnes, grasad animales, miel, animales enteros secados , madera, etc.
Había grande número de artesanos y profesionales de oficios: ferreiros, fundidores, carboneros, tejedores, calcetadoras y “teladoras” (trabajadoras de telas, confeccionando prendas de lino y lana para cama y vestido), fabricantes de “vaixelas e enfeites do lar” (cerámica de vasijas y adornos), albardeiros, picadores e taleidores de pedra” (picapedreros y talladores en piedra)., “forxas de trabellos” (fabricadores de aperos), algunos transportistas, etc.”
Aunque fundamentalmente nuestra Comarca era agricultura y colonia de la nobleza, siguió contando con artesanos y empleados de oficios en los siglos siguientes, como refiere el Censo del Municipio de Puentes, elaborado en 1.752 por mandato del Marqués de la Ensenada.
La población venía gravada con tributos al Rey y rentas al Conde, así como con contribución “al común” o municipal y los diezmos e “impuesto de cruzada” a la Iglesia.
Solo a partir de finales del siglo XV le concedieron el derecho al reconocimiento de herederos (10).
A pesar de todo ello, es preciso reconocer que esta época delos Trastamara fue próspera debido principalmente al comercio, aunque ese incremento de la actividad mercantil no modificó en absoluto el predominio de la agricultura y ganadería sobre los demás sectores económicos, antes bien favoreció la explotación ganadera, principalmente en Galicia por ser ganados de carácter estable y no trashumante.
También favoreció la especialización de los cultivos, de los que el más importante era el cereal.
Asimismo, las grasas animales desempeñaban papel más importante que las vegetales en la alimentación humana (11). Vicente Risco, en su “Historia de Galicia” ratifica la misma teoría: “…con el comercio exterior, en los siglos XIV y XV, hubo en Galicia un notable enriquecimiento, que palió los trastornos de las luchas intestinas provocadas por los burgueses…”(12).
El motivo de que los nobles se esmerasen en fomentar el comercio radicaba en asociar las rentas al comercio en sus intereses (13).
En consecuencia, la agricultura se hallaba inserta en las corrientes de comercialización, atrayendo dinero y conduciendo a un proceso de paulatina concentración de propiedades, llegando a causar problemas la falta de graneros para almacenar el cereal (14).
También interesaba a los señores proteger la ganadería, primer elemento para el comercio exterior, porque las cabezas de ganado pagaban con regularidad el impuesto del “servicio y montazgo” (15).
Todas estas circunstancias trajeron beneficios a la población: fueron construidos muchos puentes y caminos y, al fino del año 1.400, se fundan numerosas ferias, entre las que destacaron las de Medina del Campo.
En Galicia ya existían algunas, por ejemplo las de Mondoñedo, mas fue en esa fecha cuando se prodigaron (16).
Es muy probable que daten de esas fechas las ferias de As Pontes, antiguamente muy importantes por su gran concurrencia y variedad de ventas, resultando instrumento de relaciones económicas de un área geográfica muy grande.
Fundamentamos este aserto en el contenido de un legajo del Archivo Municipal del siglo XVIII, que indica las diligencias realizadas con motivo de la interrupción de las ferias en el año 1.775 por orden del intendente Mayor de la Provincia de Betanzos antes la denuncia del Sr. Administrador de Rentas Provinciales en el sentido de que las ferias de Puentes no tenían satisfecho el pago de los impuestos correspondientes.
No se reanudaron hasta el año 1.788, en que, interpuesta apelación de la “Sala de Justicia del Consejo de Hacienda” por el Alcalde Mayor y Mayordomo de las Parroquias, pudieron se continuadas hasta la actualidad.
Dichos documentos hacen constar que en aquel intervalo sin ferias “Puentes sufrió un fallo económico de gran magnitud” y afirman que “venían celebrándose desde tiempo inmemorial” (17).
Nuestra Población de aquellos siglos (XIV y XV) junto con la prosperidad de la época también sufrió reveses; consignamos los cuatro principales:
a) -El episodio conocido en la historia como “La invasión de Galicia” por el Duque de Lancaster, que inicialmente puso en peligro la dinastía de Trastamara: el ejército británico desembarcó en La Coruña, casi por sorpresa un día significativo, el 25 de Julio -fiest de Santiago- de 1.386.
El Rey, Enrique II, con toda prisa hubo de rehacer sus tropas y establecer guarniciones fuertes a fin de que el enemigo no se acercara a la Corte, para ello movilizó los gallegos principalmente los residentes en los feudos de su familia o por él fundados, cual era el de As Pontes. La guerra fuera breve, pues los ingleses aceptando un armisticio, no pasaron de Orense (18).
b) -La peste “bubónica” (o Peste negra de 1.346), con gran influencia en el Nordeste de la Península, se desarrolló como una serie de ondas epidémicas que se repitieron en forma irregular en la segunda mitad del s. XIV y durante el XV.
Aunque tuvo menor intensidad en el Norte de Galicia causó descenso de habitantes y cierta desorganización en la vida de los campos (19).
c) -La guerra “hermandina” (o de los “Irmandiños”), desatada a mediados del siglo XV; con precedente en las anteriores “Hermandades” o alianzas para común defensa, tomó en dicha época caracteres de la guerra social de los colonos contra los señores atacando en avalancha las fortalezas.
De este conflicto recoge abundantes datos el historiador; José Couselo Bouzas. Relata como Don García Rodríguez de Valcárcel se vio obligado a refugiarse lejos de sus territorios durante un año, en que le sitiaron las fortalezas.
En la región del Eume fuera agredido el castillo de “la Villa de las Pontes” por muchedumbres turbulentas entre las que destacó como cabecilla el Cura de O Freixo.
Terminada la contienda los mismos atacantes hubieron de restaurar los desperfectos causados (20).
d) -Las acometidas que el vecino Andrade perpetraba en las posesiones del García Rodríguez, cometiendo robos y vejaciones.El abuso llegó al extremo de que nuestro Conde recurriese al Rey.
Benito Vicetto transcribe el “real privilegio” dispuesto con tal motivo: “…obimos querella de García Rodríguez de Valcárcel, nuestro vasallo, alegando que Fernando Pérez de Andrade e sus escuderos… que le entran a los cotos por nos otorgados en el valle del Eume a los prender por las monedas y alcabalas… no les guardando las dichas franquezas e mercedes e libertades en que están con lexítimo derecho al Don García Rodríguez….” (21).
Llegados al poder los Reyes Católicos no tuvieron que enfrentarse con las ciudades ni con las Cortes.
La única oposición potencial se encontraba en la nobleza, quien se resistía a entender la voluntad de los Soberanos: de que cada noble se sintiera no dueño sino administrador de un señorío, cuya propiedad debe pertenecer al linaje.
Par lo cual confirmaron los ya existentes mayorazgos (22).
Igualmente, antes el temor de que una escisión en el orden religioso conllevara la división política en sus Reinos, solicitaron al papa, Sixto IV, es establecimiento de la “Inquisición” contra los herejes.
El Papa lo otorgó en la bula del 1 de Noviembre de 1.478, autorizando a los Reyes escoger por sí mismos los inquisidores (23).En nuestra Villa la “Inquisición” tuvo como sede el edificio correspondiente a las fincas 20-22 de la Calle de San Juan, según la tradición popular y un plano del siglo XVIII que se conserva en la Biblioteca Nacional; presenta dibujados el suelo de las Parroquias de esta Comarca con las Iglesias, ríos, puentes, montes y la pequeña Villa de as Pontes ante su Templo.
Destacan dos edificios fortificados, uno en las mentadas fincas 20-22 y el otro (Llamado “Pazos de Rexiduría e da Cadea”) en la núm. 1 de la Plaza de la Iglesia, donde residían el Ayuntamiento y la Cárcel (24).
El Archivo Histórico del Reino de Galicia de La Coruña posee en su acervo documental un amplio y muy detallado informe acerca de la Villa y Feligresía de As Pontes -en todos sus aspectos- tres siglos después en el Censo que, con fecha 1.752, fue escrito por orden del Ministro de Fernando VI, “El Marqués de la Ensenada” (25).
La Villa estaba compuesta por 47 casas habitadas y 2 arruinadas, y el resto de la Feligresía por 178 casas habitadas y 4 en ruinas.Era Alcalde Mayor D. Juan Clemente Meira y Ron, y Dueña Feudal la Condesa de Lemos Dª Rosa de Castro con rentas y derecho de “alcabalas”.
Aunque la zona primordialmente agrícola, el número de dedicados a oficios sigue siendo considerable y también había varios artesanos, lo cual demuestra que la agricultura no era lo suficientemente pujante para absorber la actividad de la población, así como la destreza de los moradores para fabricar esos productos y la demanda de los mismos en las ferias y desde el exterior, dada la gran desproporción entre la producción de tantos operarios y el posible consumo local.
Abundaban los arrieros, los borreros (tapizadores de sillas de montar en caballo), muchos herreros y herradores, torneros de escudillas de palo, zapateros y curtidores, carpinteros, gran cantidad de carboneros, también muchas tejedoras (casi todas solteras), cunqueiros, etc.
Los ingresos anuales sumaban: 150 reales en los borreros, 100 los herreros, 180 los carpinteros, 300 los zapateros, 280 los sastres, 150 los torneros, 60 los carboneros, 120 las tejedoras, etc.
A pesar de la emigración de los años siguientes no desaparecieron los artesanos; continuó habiendo destacados fundidores, como José Castro (das Cortes), Ramón Pajón, José Vilaboy,; carpinteros, fabricantes de cerámicas del hogar en el llamado “torno das cuncas”, cuyo edificio duró hasta hace pocos lustros en la finca nº 24 de la Avenida de La Habana (siendo derribado para el ancho de la misma), un platero (en el núm. 14 de la actual Avda. de Galicia) etc.
Con la vida industrial y moderna de hoy día quedan muy pocas personas con esta vocación: en maderas la “Artesanía Severiano” y la de David Seco y su hijo Miguel, en metales los Hermanos Rodríguez Pajón; en fabricación de gaitas Manuel Cuba y una (ya casi extinta) cerería de Serafín Pérez.
El Pueblo de As Pontes pasó bruscamente de agricultor, artesano y de emigrantes, a industrial, con desorbitada inmigración, y la consiguiente metamorfosis social que va eclipsando su imagen de antaño.
As Pontes,
Fiesta Patronal de 1.988
NOTAS
1. Archivo del Palacio de Liria de Madrid. Pergamino: Año 1.372. C.189-A
2. Idem.
3. Luís Suárez Fernández. “Historia de España; vol. VII. Cap. II; Editorial de Gredos, 1985.
4. Idem (1) = El documento de la cesión.
5. Benito Vicetto. “Historia de Galicia”; vol. V, Cap. XV. – Ferrol, 1.865-72.
6. Coceiro Freijomil. “Historia de Puentedeume y Comarca”; Págs. 209-210. Santiago de Compostela, 1.944.
7.Instituto de Investigaciones Heráldicas de Madrid (C/ Vallehermoso 59), información al efecto recibida: Expediente nº 1 D 6588738.
8. Ibidem, Luís Suárez Fernández, Cap. VI.
9. Ibidem, Luís Suárez Fernández, Cap. XV.
10. Ibidem, Luís Suárez Fernández, Cap. XV.
11. Ibidem, Luís Suárez Fernández, Cap. VI.
12. Vicente Risco. “Manual de Historia de Galicia”; págs.. 175-176. Galaxia, 1.971.
13. Ibidem, Luís Suárez Fernández, Cap. III.
14. Ibidem, Luís Suárez Fernández, Cap. XV.
15. Ibidem, Luís Suárez Fernández, Cap. XV.
16. Ibidem, Luís Suárez Fernández, Cap. III.
17. Esta efemérides fue publicada por D. Ramón Tobar (Administrador de la Empresa Calvo Sotelo) en la revista de la Fiesta Patronal de As Pontes de 1.953, bajo el título: “Un fallo decisivo para la Villa”.
18. Ibidem, Luís Suárez Fernández, Cap. II.
19. Ibidem, Luís Suárez Fernández, Cap. VI.
20. José Couselo Bouzas. “La guerra hirmandiña”. Santiago, 1.926.
21. Benito Vicetto. “Historia de Galicia”; vol. V, cap. XV. Ferrol, 1.865-72.
22. Ibidem, Luís Suárez Fernández, Cap. XV.
23. Ibidem, Luís Suárez Fernández, Cap. XVI.
24. Biblioteca Nacional. Sección M.S. nº 7297.
25. Archivo Histórico del Reino de Galicia (La coruña). Serie 3ª -Hacienda- Catastro del Marqués de la Ensenada.
Texto e imaxe aportados por Xose María Ferro, director do Museo Etnográfico Monte Caxado das Pontes.
¿Sabemos escuchar? Estoy oyendo a mi alrededor cada vez más el verbo «escuchar» con el significado de «oír». Y escuchar no es lo mismo que oír. Oír es enterarse de algo. Lo que uno oye llega a sus oídos. Lo oye porque llega. Lo oye sin querer. Se entera uno porque estaba allí donde otro dijo lo que dijo.
Escuchar, en cambio, no es lo mismo que enterarse de algo. Lo que uno ha escuchado no ha llegado a sus oídos. No lo ha escuchado solo por haber llegado a sus oídos. Lo ha escuchado porque él mismo se ha acercado a escuchar, ha acercado el oído. Y, ¿por qué se ha acercado? Porque ha recibido una especie de llamada: por curiosidad o por necesidad. O por una mezcla de las dos. Algo atrae, llama, invita a ser escuchado.
Es lo que dice Jesús acerca de sí mismo: «nadie puede acercarse a mí si el Padre no se lo concede». Nadie puede escuchar a Jesús -nadie puede escuchar a nadie- sin haber recibido el don de una llamada especial. Es la gracia de esta llamada la que nos hace únicos a los seres humanos, únicos en el Hijo único de Dios. Las personas que se escuchan se sienten acogidas tal como son: únicas. Los que no se escuchan se juzgan y pueden acabar haciéndose daño. Nos dice Juan acerca de Jesús que él sabía muy bien quiénes eran los que no creían en él y le acabarían abandonando.
Los que no se escuchan simplemente se oyen. Los que no se acercan se alejan. Pero se alejan no para no hacerse daño sino para juzgarse. Muchos de los que oían a Jesús «murmuraban de él», nos dice el evangelio. Para poder murmurar, criticar o juzgar nos mantenemos a distancia. Para conocer a las personas, en cambio, tenemos que acercarnos a ellas. De lejos o de oídas juzgamos por apariencias. Pero las apariencias -«la carne»‘- «no sirven para nada», sentencia el Nazareno. Criticar es perder el tiempo. De cerca es desde donde conocemos al otro tal como es. No es posible conocer sin escuchar, creer en alguien -en Dios a fortiori- sin acercarse a él hasta descubrir su verdad, la Verdad que brilla en todo lo verdadero y que habla por boca del Hijo de Dios: «las palabras que yo os digo son espíritu y vida».
¿Hay algo más temible que la muerte? Sí. Más que la muerte tememos tener que depender de otro, acaso para todo. Y, sin embargo, en la necesidad se apoya y alza la virtud ¿Dónde podremos contemplar su figura? En ese sentimiento tan elemental que es el cariño. Allí contemplamos unidas la necesidad y la virtud, el dolor y la belleza, el vacío y la plenitud que la mente humana acaba separando y oponiendo entre sí inexplicablemente.
El cariño sostiene al necesitado y necesitados, en un momento u otro, lo somos todos. Las ideas y las creencias, por más hondas que sean sus raíces en nosotros, no pueden sostenernos. Somos nosotros, más bien, los que las sostenemos y defendemos. Sin amor la fe es ciega y la razón, fría.
Inexplicablemente se han separado. Intuyo la razón: reconocerse necesitado y no un mendigo que se viste de príncipe es de pocos. En la historia sagrada hay una figura cuya exaltación ha encubierto su verdadero rostro. Me refiero a la Virgen María. El evangelio de Lucas nos permite entrever aun su rostro y unidas en él la necesidad y la virtud, el dolor y la belleza, el vacío y la plenitud. Pero los traductores han venido hablando del saludo del Ángel a María y del saludo de María a Isabel. La palabra «saludo» ya no habla a nuestros oídos de aquel cariño que expresaba la voz original. María no salió al encuentro de Isabel -una madre al encuentro de la otra- simplemente para saludarla. Sonaría ridículo el relato de una mujer que se pone en camino «con ardor» -leemos en el original- y que sube montañas hasta llegar a la casa de su prima solo para eso.
Una madre salió al encuentro de la otra para sostener su fe. Hace falta mucha fe para ser madre, para ser hombre o mujer, para ser alguien en el mundo… Pero también hace falta cariño para sostener esa fe. La fe es don divino. El cariño que sostiene a las personas en su fe, en el sentir profundo de su propia identidad, es, en cambio, humano. Lo divino se ha manifestado en el mundo bajo la forma de la necesidad, el Principe bajo los harapos de un mendigo. Isabel recibe el abrazo de María y se llena del Espíritu Santo, según San Lucas. Sin ese gesto entrañablemente humano el Espíritu divino no habría descendido. Y ni la Virgen habria sido glorificada ni Isabel sido la voz de todo un pueblo…
Un periódico local destacaba recientemente el valor nutritivo de ciertos alimentos: la proporción de lípidos, colesterol, sodio, azúcares, fibras, proteínas etc que contenían. Hoy no podemos dejar de leer las etiquetas de los envases si queremos evitar todo aquello que sería nefasto para nuestra salud y consumir únicamente lo que es beneficioso, especialmente por su valor en proteínas, pues son éstas las que nos aportan energía y fuerza. Pero yo me hago la siguiente pregunta: ¿qué es lo que nos alimenta de verdad y nos da el vigor necesario para la vida? No hay etiquetas donde podamos encontrar la respuesta a esta pregunta. Lo que tengo claro es que hay vidas cuyo vigor me interpela.
Los medios de comunicación nos hicieron llegar noticias desalentadoras de Pakistán en la primavera del 2018, en particular acerca de las persecuciones sufridas por las pequeñas comunidades cristianas que fueron víctimas del movimiento islamista. Por ejemplo, el veintidós de Abril de aquel año, Yasma Yaqoob, de veinticuatro años, murió en el hospital de Lahore a consecuencia de las heridas recibidas por haberse negado a convertirse al Islam y a casarse con un musulmán. Pero semejante vigor no se encuentra solo entre los cristianos. Basta con pensar en Asma Jahangir, una musulmana paquistaní y defensora de los derechos humanos. Tomó parte en la fundación de la comisión encargada de velar por los derechos humanos en Pakistán desde 1987. Ha sido representante de la libertad religiosa ante las Naciones Unidas durante seis años y se ha enfrentado a las conocidas leyes «antiblasfemia» defendiendo a sus víctimas. No llegó a morir asesinada, es cierto, sino a consecuencia de una hemorragia cerebral a la edad de sesenta y seis años. Pero su vigor y su extraordinario coraje han quedado en el recuerdo para siempre ¿Qué es lo que ha podido alimentar a estos seres humanos y les ha dado un vigor tal que han llegado a ser lo que son?
He aquí el contexto desde el que me gustaría volver a leer aquel evangelio en el que Jesús proclama: «Yo soy el pan de vida», es decir, el que pone en nuestras manos un alimento único, fuente de la vida en plenitud que no se acaba nunca. La liturgia dominical selecciona un texto breve -once versículos-, procedente de un extenso pasaje joánico que presenta similitudes con las homilías propias del culto sinagogal y que arranca con una cita de Éxodo 16, 4: «los padres que comieron en el desierto un pan que bajó del cielo…», cita que volverá a aparecer al final del pasaje en cuestión. Esta especie de homilía da respuesta a la pregunta: ¿cómo es posible que Jesús haya bajado del cielo, tal como él mismo declara? La respuesta, en dos momentos. Ante todo, en la medida que alguien se abre a esta palabra, ya presente en lo más hondo de su corazón -que, según San Juan, viene de Dios-, se abre a la palabra misma de Jesús: ambas palabras proclaman los mismos valores, apuntan en la misma dirección. Y el Jesús humano e histórico, que ha trabajado y recorrido los caminos de Palestina, es el rostro mismo de Dios. Este tipo, «¿no es Jesús, el hijo de José cuyo padre y cuya madre conocemos ya?» -se preguntan los judíos-. Y es que Jesús no está en el cielo sino entre nosotros.
Pero hay también una segunda respuesta. Cuando alguien trata de vivir lo mismo que Jesús proclamó y vivió, descubre una vida increíble que no se acaba nunca: tiene el sabor de Dios. Puede resultar paradójico el que uno haya de estar dispuesto a entregar su propia vida para que otros puedan vivir. Es así como termina nuestra perícopa: «el pan que yo le daré es mi carne para que el mundo viva». Dar la propia vida es hacer posible la vida.
¿Qué significa todo esto? Uno se pasa la vida aprendiendo a resucitar, esto es, dando cuerpo a aquello que alguien ha dejado en lo más profundo de nosotros mismos y sigue ahí desde el día de nuestro nacimiento: nuestro verdadero ser. Para llegar a ser lo que somos de verdad, tenemos que aprender a escuchar esta palabra del corazón, en medio del ruido y la presión de todo lo que nos rodea así como de nuestras múltiples heridas: «serán todos discípulos de Dios», nos recuerda el Jesús de Juan. También nosotros necesitamos ayuda para liberarnos de todo aquello que nos despersonaliza. Es así como Juan nos presenta a Jesús bajo el nombre de «pan de vida». Es el pan de una palabra que se hace eco de lo que ya estaba en nuestro corazón y nosotros éramos incapaces de escuchar y creíamos sin vida. Esta palabra vuelve a dar vida a aquello que somos de verdad y esta vida, según el Jesús de Juan, está llamada a no tener ya fin.
Pero hay más. Esta palabra, que nos permite ser nosotros mismos, no es fácil. Juan nos dice: «antes de la Pascua…habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, Jesús les amó hasta el extremo». Y es que Jesús ha venido a liberar el amor en el corazón humano, el amor que es la única fuerza capaz de conducirnos hasta nosotros mismos. Él la encarnó para que nosotros pudiéramos verla en acción con nuestros propios ojos y convencernos así de que el sufrimiento y la muerte no pueden ser la última palabra, no pueden poner fin al amor. El apóstol Pedro es un hermoso ejemplo de esto que decimos. Cedió a la presión y acabó renegando de su Maestro. Juan cuenta, al final de su evangelio, que, tras la muerte de Jesús, Pedro tiene la experiencia de que Jesús vive y, por tres veces, responde a su pregunta diciendo: «yo te amo». Es entonces cuando se siente capaz de morir mártir. El amor liberado es ahora su fuerza.
Desconozco cuáles hayan podido ser las motivaciones de Yasma Yaqoob o de Asma Jahangir. Pero estoy convencido de que han sabido escuchar la palabra más profunda de su corazón, una palabra marcada por la fuerza del amor, una palabra asumida por Jesús cuando dice: «el pan que yo daré es mi carne para que el mundo viva». Nadie puede amar sin darse nacimiento a sí mismo y dárselo también a los demás. Y, cuando alguien da nacimiento, la muerte no tiene ya poder alguno sobre él.
Texto original de André Gilbert traducido por V.M.P.
Con la comida tenemos los seres humanos una relación mucho más profunda de lo que parece. Necesitamos comer para alimentarnos. Es evidente. Pero allí donde hay necesidad no hay tiempo ni sosiego para la relación. Cuando el hambre aprieta sobran las palabras. La relación nace allí donde se come no solo por mera necesidad sino también por placer.
Los israelitas comieron el maná de pie en el desierto. Jesús, en cambio, hizo sentar sobre la hierba verde a más de cinco mil. Aquellos se alimentaron. Éstos, a su vez, comieron sin prisa. La relación entre personas requiere tiempo. La comida es la ocasión. Lo que más alimenta, la relación. Hoy los nutricionistas nos enseñan a comer sin llegar a saciarnos. Mejor quedar con un poco de hambre. Jesús criticaba abiertamente a muchos de los que le seguían solo «porque habían comido hasta saciarse».
Él es el Pan de vida. Todo el que venga a Él ya «no tendrá hambre». Quiere decir que a Él no nos acerca, no puede acercarnos, la mera necesidad de sustento, de salud o de sentido para la vida. Lo que nos acerca a Él -al otro en Él- es la libertad de los que se sientan a comer tranquilamente sobre la hierba verde. La comida es casi lo de menos: es, en palabras de Jesús, «el alimento que perece». Lo mejor es la persona con la que comemos, la relación que vamos contrayendo con nuestro comensal mientras comemos y que después puede continuar. La comida es comunicación. La vida del otro pasa a formar parte de la propia. Y, acaso, para siempre: es, también en palabras de Jesús, «el alimento que perdura».
Neste ano D. Enrique fai memoria de como eran as nosas festas patronais e tamén a do Corpus, destacando que eran datas onde os vínculos familiares e de amizade se estreitaban e tamén onde gozo e ledicia eran o factor principal delas. Fai tamén fincapé na súa necesidade e explica as razóns.
Por mor da pandemia, levamos dous anos onde non podemos desfrutar delas e parece que algo cambiou, agardemos que nos vindeiros anos vai cambiando a situación, que mellore, e que podamos desfrutar delas durante moitos anos.
MEMORIA DE LAS FIESTAS DEL CARMEN Y DEL CORPUS EN AS PONTES.
Por D. Enrique Rivera Rouco
Cronista Oficial de As Pontes.
La Fiesta de Nuestra Señora del Carmen, en su parte religioso-litúrgica, viene celebrándose solemnemente en As Pontes desde el año 1741, fecha en que fue constituida la Cofradía del Carmen y aprobados sus estatutos, a los que se obedeció hasta la fecha actual cuanto a la organización de todos los actos culturales.
De la fiesta profana -o popular-, continuación de la religiosa, dan cuenta los libros de la Cofradía a partir del año 1800 al consignar la retribución a los “músicos” que actuaran (10 reales en 18000 y siguientes; 20 reales en 1859… 50 en 1870 más 25 reales en fuegos, etc.).
El costeo de este gasto por parte de la Cofradía, cesó por el año 1880, coincidiendo con la versión de los ancianos de As Pontes según la que, desde esas fechas, tomó la fiesta auge mayor al ser organizada expresamente por una comisión de vecinos, pasando a ser festejos lucidos, con cuartetos de gaitas y bandas de música.
Contribuyera a ello la extinción de la fiesta patronal del 15 de Agosto y la ampliación y perfeccionamiento de la Capilla del Carmen, logradas entonces.
El plan de aquellas primitivas y pequeñas fiestas, que se prolongaría hasta muy entrado nuestro siglo en las demás celebraciones y Capillas de la Parroquia, consistía en la Misa y procesión, unas “piezas” musicales después de la subasta o almoneda, merienda en el entorno de la Iglesia o Ermita, donde seguía un baile que terminaba antes del anochecer.
A veces continuaban el baile por las primeras horas de la noche con luz de quinqués y candiles en un local de alguna casa cercana.
Nuestra fiesta patronal (el domingo y lunes del Carmen) fue, en cambio, desde el pasado siglo grande y destacada en la Comarca: con el Novenario, las procesiones muy vistosas y concurridas, solemne Celebración Eucarística en la explanada de la Ermita, dianas y pasacalles, conciertos después de la misa, baile campestre en el Campo de la Feria (hoy parque), pausa para cenar y verbena desde las 9 de la tarde hasta la media noche, que solía verificarse en la Plazas de América y del Hospital, un día en cada una, para contentar a ambos sectores de la Villa. (Me refiero naturalmente a los tiempos de hasta la década de los 50; a partir de entonces la verbena se realiza en horas más tardías).
En los comienzos de nuestro siglo, por iniciativa del entonces Juez de Paz, D. Manuel Fernández Vidal (D. Manolo de Carmen), es prolongada la celebración “del Carmen” en un día más de fiesta (el 25 de Julio) iniciando la Jira a la “Isla da Ramalleira” (hoy sumergida en el embalse de la térmica vieja), amenizada con música de gaitas durante la tarde y con verbena en la Plaza del Hospital. Esta Jira continuó hasta nuestros días; actualmente se celebra, con gran concurrencia de público, en el Parque de La Fraga.
No faltaban juegos y entretenimientos en esos señalados días: “Bolos” en Tras da Ponte en el pasado siglo; después las “Cucañas” en la Presa de Alende; carreras de sacos; posteriormente: natación, pesca, fútbol, jimkanas; etc., así como los artísticos fuegos de artificio en el campo de la fiesta, aparte de la novedad típica de esa fecha con tenderetes de baratijas, golosinas, bebidas, juegos, etc.
La Villa se engalanaba mediante originales arcos en las entradas, saludando con bienvenida a los forasteros, con banderas en los balcones y con sinnúmero de banderillas de colores. Mandaban las Ordenanzas Municipales (entre otras cosas) que “se adecentara todo el Pueblo y se adornase con banderolas y gallardetes…”, Asimismo, la procesión del sábado (desde el Santuario hasta la Iglesia) que, antes tenía lugar a primera hora de la noche, era profusamente adornada por las bengalas que ardían en los balcones y las velas encendidas que portaban los devotos.Por tanto, la solemnidad del Carmen, desde hace muchos años, vino celebrándose y viviéndose intensamente en el aspecto religioso y en el de fiesta popular.
De la festividad del Corpus Christi tienen en As Pontes procedencia inmemorial las funciones litúrgicas del Misa Solemne, exposición del Santísimo y Procesión. La fiesta profana o popular comenzó en 1934.
Los libros de la extinta Cofradía del Santísimo Sacramento de Puentes (que se conservan en el Archivo Diocesano de Mondoñedo) dan cuenta de esta celebración.
Es la Cofradía más antigua de nuestra Parroquia; el primer libro consigna los datos de su administración y afiliados desde el año 1645 al 1738.
Ya entonces se celebraba ese día la Misa solemne en la Iglesia Parroquial y una larga procesión “por el Pueblo y extramuros”, en la que “todas las imágenes del a Iglesia marchaban delante de nuestro Señor Sacramentado en homenaje y manifestación de fe contra la herejía de Berengario de Tours y sus seguidores… siguiendo las disposiciones de los Padres Santos Urbano IV y Juan XXII…”
Esta fiesta fundamentalmente religiosa, pues los libros de la Cofradía en muy reducido número de años refieren costeo del “músico” que actuaría en la procesión y poco más.
En el año 1933 fueron pavimentadas con cemento la calle Real y las dos Plazas (Real y de la Iglesia), quedando idóneo el suelo para bailar en las mismas.
Con este fin en 1934 se formó una comisión y organizó la primera fiesta patronal “do fondo da Vila”. La comisión fue integrada por D. Jesús Basanta Vázquez (“Suso Basanta”), D. Manuel González Vales (“Manolo de Grou”), D. Francisco Bouza (“Paco do Alto”) y D. José López (“O Lipín”).
Desde entonces este sector de “O fondo da Vila” vino celebrando en fiesta propia hasta hace unos años en que empezó a interrumpirse, debido principalmente a la despoblación de dicha zona del Pueblo.
No solo el Corpus sufre decadencia en nuestros días, sino también la patronal del Carmen y todas las fiestas en general, al seguir la nueva sociedad otros estilos de diversiones: las discotecas, viajes, éxodo a apartamentos en la costa o montaña, etc… .
Falta la ilusión de antaño en el esperar la fiesta con ansia y vivirla intensamente en sus días; y así resultaba tan concurrida en la década de los cincuenta en que los asistentes ocupaban todo el Campo de la Feria.
Necesario es reconocer que aquel estilo tradicional de diversión poseía grandes valores positivos: la fiesta constituía una reunión social para divertirse a la par que cumplir una devoción, ya que el factor principal era el religioso, hacia el Patrono, Santo o Santa.
Motivaba la reunión familiar estrechando su vínculos. Se vivía un clima de alegría, regocijo y recreo en que eran permitidas chanzas, bromas y algo más de libertad; y con comida extraordinaria.
En suma, las fiestas, aunque asociadas a motivos religiosos vinieron respondiendo a una necesidad profunda del individuo, que puede expresarse u recrearse en ellas de un modo no habitual.
Las fiestas son colectivas: hacen intervenir al conjunto de los miembros de varias familias y proporcionan ocasión al grupo familiar para afirmar su cohesión. E incluso también al grupo social de la Parroquia.
Son por tanto necesarias en los pueblos, porque, aparte de hermanar las personas, en definitiva vienen a ser algo así como el sedante que mitiga las amarguras y sinsabores cotidianos de las cosas serias que nos torturan todo el año.
En el presente dos jóvenes entusiastas nos han preparado unos espléndidos festejos, nutridos de actos que satisfarán a jóvenes y mayores.
Que no falten en el futuro nuevos entusiastas que sepan continuarlos con brillantez, revitalizando estas fiestas con atractivos culturales y deportivos.
Enrique Rivera Rouco, 1987
Texto e imaxe aportados por Xose María Ferro, director do Museo Etnográfico Monte Caxado de As Pontes