LA PRIMERA PALABRA

Creo que soy feliz, que lo he sido desde que tengo conciencia de lo que significa serlo. Pero creo también que mi felicidad no ha sido nunca un estado: ni de bienestar ni de beatitud. No vivo en la dicha. Vivo dichoso en algún lugar de este mundo. Nada me ha hecho feliz. La felicidad se me ha dado. Cada vez que he escuchado la palabra «gracias» he sido feliz. Y, esperando volver a escucharla, he vivido agradecido. Mi felicidad es mi gratitud.

No puedo imaginar otra palabra en labios del sordomudo que Jesús curó una vez acercándose a su cuerpo, levantando sus ojos al cielo con un gemido y diciéndole: «ábrete». La primera palabra que pronunció el sordomudo en respuesta a la palabra de Jesús no pudo ser sino de gratitud. Sencillamente «gracias». En el evangelio no la encontramos, ciertamente, pero sí el eco de esta gratitud entre los circunstantes: «¡todo lo ha hecho perfecto…!». En estas palabras de asombro ante Jesús, ¿no resuenan aquellas otras que leemos en el relato de la creación, una vez concluida: «y vio Dios todo lo que había hecho y todo era muy bueno…»?

Pero ¿como va a ser bueno un mundo lleno de sordos, ciegos, seres dependientes, dolientes, desgraciados…? Si entendemos la felicidad como bienestar y no como gratitud, entonces las palabras del creador son un insulto a la inteligencia. Ahora bien, ¿qué es mejor? ¿Un mundo feliz? ¿O una sola persona agradecida?


La respuesta a esta pregunta es el evangelio de la curación del sordomudo. Ahí no vemos más que una persona abriéndose a otra. Un ser embotado, obtuso, insensible, incapaz de articular palabra -todo esto sugieren las palabras empleadas en el texto original- que, de pronto, se abre al otro. Cada vez que una persona se abre a otra el milagro se recuerda y la gratitud se proclama.

No es posible, acaso, en este mundo, la felicidad sin gratitud. Sí lo es, por supuesto, el bienestar, necesario siempre para todo menos para una cosa: para ser agradecido. La palabra de gratitud es la única palabra verdaderamente libre. La gratitud es libertad plena. El sordomudo llegó a ser él mismo abriéndose a la presencia de Jesús: empezó a escuchar con sus oídos y a hablar con sus propias palabras. Y la primera de todas las palabras es «gracias». Por eso cada vez que escucho esta palabra soy feliz. Mi felicidad no es un estado de bienestar. Es mi gratitud.

Texto escrito por V.M.P.

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