EL ESPECTÁCULO DEL DINERO

Dar y tener no son dos verbos correlativos. No da el que tiene sino el que quiere. El que quiere da lo que tiene cuando se da a sí mismo. El que no quiere no tiene nada que dar. No da de lo que tiene sino de lo que le sobra: excusas para dar o para no dar. Muchos ricos se acercaban al arca de las ofrendas, en presencia de Jesús, para dar de lo que les sobraba. El que da de lo que le sobra no tiene nada que dar porque no se tiene ni siquiera a sí mismo. Necesita, entonces, el espectáculo. Que todo el mundo sepa cuánto le sobra. Cuando hace un donativo, lo pregona. Cuando rehúsa hacerlo, también.

Pero el espectáculo del dinero que sobra y se blanquea cuando es necesario no despierta la atención de Jesús. El espectáculo lo busca el que se aburre: lo grande o mucho, lo que se pueda contar con palabras o con números. Lo que rompa la rutina cotidiana. Y ver a los ricos acercarse al arca de las ofrendas, en el templo de Jerusalén, debía de ser todo un acontecimiento. Sus monedas sonaban al caer y todo el mundo podía oírlas. La vista y el oído de todos quedarían, sin duda, impresionados.

Pero he aquí que al templo se acercó también una viuda. No era más que una, leemos en el evangelio, y esto es lo sorprendente: ¿eran tantos los ricos y tan pocos los necesitados – huérfanos o viudas- que se acercaban al templo para entregar su ofrenda? ¿No eran precisamente éstos los que tenían algo que dar y aquellos los que no tenían nada? A mí me parece que al templo debían de acudir también los que tenían mucho que dar, los que, como la viuda del evangelio, querían dar lo que tenían: a sí mismos.

Pero la mirada de Jesús debió de hacer de muchos uno. Es así la mirada del amor: de muchos hace uno. No se distrae con el espectáculo de muchos o de grandes hombres. No necesita distraerse porque no se aburre. En medio del espectáculo, encuentra lo que busca: la unidad pura, la sencillez conmovedora del que se da a sí mismo. No da de lo que le sobra sino de lo que tiene. Y la mirada del amor se posa sobre él y lo unifica. Lo salva para siempre.

Mirar con amor al otro es descubrir su soledad. Es apartar los ojos del espectáculo que buscan los que se aburren y ponerlos allí donde no sobra nada. La mirada del amor alcanza el corazón de cada uno y ve lo que hay: alguien que lo da todo porque se da a sí mismo. Uno que puede hacerlo porque se tiene a sí mismo. Tenerse uno a sí mismo y darse tal como es: he aquí la única y verdadera riqueza. Lo demás son excusas para dar o no dar. Lo demás es espectáculo para matar el tedio. El que no se tiene a sí mismo no tiene nada. Si da no es de lo que tiene sino de lo que le sobra.

Texto escrito por V.M.P

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