DESPUÉS DE LA TORMENTA

Después de la tormenta versión audio

¿Cuánto necesitamos? No lo sabemos. La necesidad es un pozo sin fondo. El mercader sabe cavar en él creando en nosotros necesidades nuevas. El pozo puede estar siempre un poco más vacío. El vacío abierto por la necesidad puede ser cada vez más difícil de llenar. Y el mercader, a su vez, un poco más capaz de llenarlo. Por eso no sabemos cuánto podemos llegar a necesitar. Necesitamos más y no menos. Pero no sabemos por qué. La necesidad es un enigma: cada vez que aparece otra nueva nos preguntamos cómo hemos vivido tanto tiempo sin aquello que ahora necesitamos para seguir viviendo.

«El que tenga dos túnicas…», le empieza diciendo el Precursor a la gente. El que tiene dos túnicas seguro que las necesita: una para vestir y otra para mudarse. Y, si tuviera tres, las necesitaría también: una para vestir, otra para mudarse y la tercera para los días de fiesta. Y, si tuviera más, seguiría necesitandolas todas. Pues bien, al que tiene dos túnicas o comida -todo es necesario, por supuesto- el Precursor le pide compartir con el que no tiene ropa o qué llevarse a la boca. El pozo sin fondo de la necesidad se llena de pronto con un solo gesto: el de la mano que da lo que necesita para vivir tanto como el que lo recibe. Es un milagro este gesto porque llena un vacío inmenso dentro de nosotros y lo llena en un instante.

Cuando damos lo que necesitamos damos con la respuesta a la pregunta más honda que podemos hacernos en la vida. No es la pregunta por la felicidad en este mundo o más allá. Es la pregunta que la gente corriente, según el evangelio, le hacía a Juan, el Precursor, cuando se acercaba a recibir su bautismo de conversión en las aguas del Jordán:

«¿Qué podemos hacer?»

Hacerse esta pregunta significa sentir el vacío de la necesidad y no saber llenarlo. No se le ocurre esta pregunta sino al que no sabe lo que necesita. El mercader sabe lo que necesita cada cual y cómo responder a esta pregunta. Pero, a veces, el mercader no es lo bastante hábil o la conciencia de cada cual no está lo bastante atormentada por su propio vacío. Es, entonces, cuando brota la pregunta, como una flor después de la tormenta: ¿qué podemos hacer?, esto es, cómo podemos llenar el pozo sin fondo de la necesidad, de la codicia, del ansia de tener más, siempre más y nunca menos…

Y la respuesta es decisiva, tajante como una orden en boca del Bautista ante los que se acercan a recibir el bautismo de agua. Todo es tremendo en la vida del Precursor: su palabra, su forma de vida y su final violento, cortada su cabeza y aun caliente sobre una bandeja cortesana. Todo es así porque su bautismo de agua no es más que un gesto, un signo del bautismo de Espíritu Santo y fuego que anuncia: el bautismo cristiano. Dar lo necesario para vivir, aplacando en un instante el ansia de tener necesidades nuevas, es solo eso, un gesto. Los gestos no son la vida: una vida no se puede llenar solo de buenas intenciones. Pero son el principio de una vida nueva, de otra manera de vivir: en paz, como la flor que brota en un día risueño después de la tormenta.

Texto escrito por V.M.P.

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