
Muchas veces pedimos a Dios ver las cosas con sus ojos. Quisiéramos verlas como las ve Él. Con los ojos de Dios y no con los nuestros. Pero, ¿nos hemos preguntado alguna vez si esto es realmente lo mejor para nosotros? En un poema religioso de Damaso Alonso hemos encontrado estos versos:
«Nosotros vemos la creación como hombres;
Dios solo como Dios.
Mas lo abismal es esto: que no puede
dejar de verla
como Dios»

Por eso, «para ver humanamente su Creación, necesita mirarla a través de mis ojos…». Y, si en el sentir del poeta, Dios necesita ojos humanos para ver su Creación, ¿no los voy a necesitar yo? Entre lo sublime y lo terrible, entre el Ángel y la bestia, ¿quién podrá reconocer a simple vista la marca que permite distinguirlos?
A lo largo de mi vida he escuchado a muchas personas, sincera y profundamente religiosas, poniendo a Dios por sujeto de sus propios pensamientos. No hablaban acerca de Dios. Hablaban, de alguna manera, en su nombre. Como si Dios hablase por su boca. O como si, en el fondo, ellos mismos fueran capaces de ver las cosas no ya con sus propios ojos sino con los ojos de Dios.

«¿Te has preguntado si Dios quiere esto o aquello de ti? ¿No es ésta la voluntad de Dios para ti? Dios quiere esto o aquello. Esta o aquella es la voluntad de Dios para mí…»
En forma de pregunta o de afirmación explícita, la superioridad de la voluntad divina sobre la humana es puesta de manifiesto. No se trata de mi ver o querer. Se trata de otra mirada y de otra voluntad que alguien, merced a un don o intuición singular, es capaz de manifestar.
Es lo que pasó en aquella sinagoga de Nazaret entre los paisanos de Jesús. Después de oírle decir «que hoy se estaba cumpliendo la Escritura que acababan de escuchar», empezaron a preguntarse unos a otros:
«¿No es éste el hijo de José?»
¿Cómo podía ser que su propio paisano hubiera tomado la palabra en la sinagoga con semejante autoridad? Vistas las cosas con los ojos de Dios, Jesús era un hombre cualquiera, alguien cuyo origen era sobradamente conocido entre sus propios paisanos ¿Cómo podía hablar un simple hombre como si fuera superior a todos los demás? El germen de la posterior acusación de blasfemia contra la persona de Jesús estaba sembrado.

De hecho, el germen va a germinar enseguida. Si los paisanos de Jesús veían las cosas con los ojos de Dios, Jesús las va a mirar con sus propios ojos. Va a mirar la creación humanamente. El escándalo no se hará esperar. Para el pueblo elegido, Dios es su Dios. Su pueblo es la niña de sus ojos. Ante unos ojos humanos, en cambio, lo primero no es Israel -la Iglesia en sus sacramentos, diríamos nosotros-. Lo primero, ante la mirada humana, es el sufrimiento, allí donde aparezca.
Por eso, cuando Jesús propone a la viuda de Sarepta, en tiempos del profeta Elías, o al sirio Naaman, en tiempos del profeta Eliseo, como elegidos por Dios los paisanos de Jesús rompen en cólera ¿Cómo va a elegir Dios a unos gentiles y los va a preferir a su pueblo elegido? Dios no puede contradecirse a sí mismo. Sus ojos están puestos en Israel y en nadie más.

Lo que los paisanos de Jesús no entienden es que los ojos de Dios, como dice el poeta, «necesitan de los nuestros para ver humanamente la Creación». Los ojos de Dios son también los ojos de su Hijo, hecho hombre por nosotros. Dios necesita de sus ojos. También nosotros necesitamos de los demás para ver y comprender mejor la realidad. Cuatro ojos ven más que dos. También nosotros necesitamos ojos humanos. Razón humana para comprender la Verdad revelada por la fe. Sin razón ni sentimientos humanos, la fe se queda ciega, aparecen las tinieblas de los fundamentalismos y los hombres empiezan a confundir sus opiniones con dogmas.
Si Dios necesita de unos ojos humanos para ver humanamente su creación, ¿no los vamos a necesitar nosotros?
Texto escrito por V.M.P.