
¿Tenemos un destino cada uno de nosotros? ¿Está escrito en alguna parte? ¿Qué es el destino? ¿Es algo que podemos cumplir? ¿O algo que no podemos evitar? Solemos entenderlo en este último sentido. Hagamos lo que hagamos, hay un día y un lugar escritos e imprevistos para cada uno. El destino se cumple sin nosotros. Es inexorable.
Pero no es ésta la unica manera de entenderlo. También podemos concebir un destino cumplido por nosotros mismos y no a pesar nuestro. Hace poco escuché a alguien envidiar la suerte del que muere «su propia muerte». Muere su propia muerte el que no la encuentra en un accidente fortuito. Es cierto que, a veces, los accidentes son inevitables. Pero no siempre.

¿Fue la muerte de Jesús su propia muerte? ¿Pudo haberla evitado? Sin duda que pudo. El hombre piadoso aspira a distinguir las cosas que puede cambiar de aquellas otras que debe aceptar. Pero el hombre de fe ha descubierto que puede cambiar todas las cosas ¿Cómo es ello posible? Porque tiene una vocación. Cuando alguien vive su destino como una vocación es capaz de cambiarlo todo. No él mismo, en realidad, sino El que le llama. Vocación es respuesta a una llamada. Ni la llamada ni la respuesta están escritas en ninguna parte.

Cuando el Resucitado recuerda a sus discípulos lo que estaba escrito -«que el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos y en su nombre se predicara la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos…»- no hace alusión a un destino que no pudo evitar sino al que pudo cumplir. Y libremente cumplió. Suya fue la respuesta, no la llamada. La vocación, no el destino. Pudo no haber respuesta alguna. Se habría cumplido, entonces, el destino a pesar suyo. Habría muerto como cualquier hombre, un día y en un lugar escritos e imprevistos. Pero nadie muere como cualquier hombre porque nadie vive como cualquier otro si no quiere.
Si Jesús vivió su propia vida y murió su propia muerte, entonces puede darnos vida. Nos dan vida las personas que nos animan a vivir la nuestra y no la suya. Nos quitan vida, energía, los que se empeñan, por el contrario, en que pensemos y actuemos como ellos. A la Resurrección sigue la Ascensión. A la vida del Resucitado, la vida de la Iglesia. A la Pascua, el envío del Espíritu a todos los pueblos e individuos. Para que todos seamos otros Cristos, pero a nuestra manera. Para que todos seamos uno, pero diferentes. Para que todos podamos convertirnos a una vida auténtica y plena. A una muerte y a un destino que no están escritos en ninguna parte.
Texto escrito por V.M.P.