Domingo 19 de Junio
Hoy la Iglesia celebra la fiesta del Corpus Christi. Es una fiesta de exaltación hasta el extremo. A mí, la verdad, no me atraen los extremos. El brillo de la lumbre deslumbra. Y el deslumbrado queda ciego, tanto como el que nunca ha visto un solo rayo de luz.
Hay recuerdos que acompañan siempre. Es lo bueno que tienen. Van siempre con uno mientras hace cualquier otra cosa, su vida cotidiana. Más que luz, son claridad en el camino. Con ellos en la memoria es difícil perderse.
Recuerdo que, siendo niño, se pusieron de moda los rotuladores de colores. Mis compañeros de clase llegaban al aula cada mañana con cajas repletas de rotuladores. Se pasaban el rato, entre clase y clase, pintarrajeando con ellos las hojas de sus cuadernos. Todos, menos uno. Había un niño que no traía rotuladores a clase. Llegaba siempre con un estuche viejo y unos pocos lapices de colores dentro, ya gastados por el uso.
Aquel niño -lo recordaré siempre- hacía unos dibujos maravillosos con sus pocos lápices. Con poco era capaz de hacer mucho ¿No es precisamente éste el milagro de la Eucaristía que la Iglesia exalta hasta el extremo en la fiesta del Corpus Christi? Con cinco panes y dos peces nos cuenta el evangelio que dio de comer Cristo a una multitud. Y con un poco de pan y vino la vida de Cristo sigue alimentando la fe de muchos a través de las especies eucarísticas.
De la vida que se multiplica al entregarse saben mucho quienes, con pocos medios, son capaces de hacer grandes cosas. Lástima que las exaltaciones eucarísticas necesiten tantos medios para brillar «más que el sol», como aquellos tres jueves de antaño: Corpus Christi, Jueves santo y la Ascensión.

Texto escrito por V.M.P.