Domingo 3 de Julio
Ha perdido a su mujer hace poco más de un mes. Después de quince años luchando por seguir viviendo con el cáncer o a pesar suyo dejó de vivir sin querer. Hasta el último momento siguió esperando nueva tregua con su adversario. Su vida venía siendo desde quince años atrás una sucesión de batallas y de treguas, de pequeñas victorias entre amargas derrotas. Pero ella nunca se rendía. Amaba la vida.
Y allí estaba él esta tarde al otro lado del teléfono. Los primeros días después de su muerte, me decía, lo llevaba mejor. Pero ahora, peor. Nunca hubiera imaginado tanta soledad. Los suyos no se cansan de animarle a salir y distraerse pero él no tiene ganas. Su vida era ella desde hacía más de treinta años y ahora ella es un recuerdo, o mejor, el único recuerdo que habita su memoria. Su memoria misma, llena de recuerdos suyos.
Y, ¿qué puedo decirle? ¿Cómo le podré consolar de lo inconsolable? ¿Quién podrá llenar el vacío abierto en su corazón como una sepultura abierta en la tierra para acoger un cuerpo que ni vive ni deja vivir a quien supo desearlo, primero, y amarlo después con la paciencia del que cuida y el cariño del que espera? Nadie.
Solo Dios. A mi amigo le gusta escuchar mi voz. Le consuelan mis palabras. Yo no las busco. Como corderos en medio de lobos: así envío Cristo a sus discípulos. Mis palabras son así también: como corderos en medio de lobos. Como ella misma. Quince años se pasó luchando por seguir viviendo. El lobo se acabó comiendo al cordero pero ella nunca se rindió. Amaba la vida.
Texto de V.M.P.