
Entre nosotros hay personas que viven solas y se sienten abandonadas. Para protegernos de todo aquello que nos hace sufrir o consideramos injusto, los seres humanos podemos adoptar la posición de la tortuga. Encerrada en su propio caparazón, ya no siente nada. No necesita de nadie ni quiere que nadie le moleste. Pero la condición humana es la que es. No es la de una tortuga que se protege dentro de su propio caparazón sino la de un ser que necesita atención y compañía. Por eso, desde la parroquia ofrecemos visita y cercanía a quienes no cuentan con la visita y la cercanía de casi nadie. Como los primeros discípulos de Jesús, “no llevamos alforjas para el camino”, es decir, no pretendemos adoctrinar ni convencer a nadie de nada. Solo intentamos vivir el evangelio de Jesús, que dijo de sí mismo: “estuve solo y me visitasteis”.


