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DIARIO DE UN SACERDOTE EN EL RURAL

Lunes 4 de Julio

Hay ciertas preguntas que un cura puede hacer sin temor a la respuesta. Hoy, por ejemplo, le he preguntado a una mujer mientras me contaba su vida, nada fácil por cierto: ¿y cómo te va en tu matrimonio…? Simplemente me va, me ha respondido ella. No me quejo nunca, ha añadido. A los que me quieren les alegro cuando les digo que me encuentro bien. Y a los que no me quieren no quiero alegrarles diciéndoles que me encuentro mal.

Luego ha venido su pregunta. Todo el que pregunta debe exponerse al riesgo de ser preguntado: ¿y por qué los curas no se pueden casar como los demás? Así estarían menos solos. Esta pregunta la vengo escuchando ya muchas veces en mis aldeas. Y, cada vez que la escucho, pienso que no suena como en los medios de comunicación y en los foros abiertos a la opinión pública. Aquí suena de otra manera, más natural y espontánea. Menos polémica.

La opinión pública aborda esta cuestión como un derecho, como una libertad de opción que los curas deberían tener. En la lucha por los derechos individuales y sociales que mantiene abierta una sociedad democrática, los clérigos también tienen parte. Así habría más curas…, suele decir la gente. Pero los derechos son como los caminos cuando se abren: no sabemos muy bien a dónde conducen. Ilusionados cuando empezamos el camino -cuando conseguimos que nuestros derechos sean reconocidos- ni nos preguntamos qué será de nosotros a mitad de camino.

La libertad es como el vino nuevo en las bodas de Cana. Se acaba pronto y es entonces cuando el maestresala sirve el vino añejo, que tenía reservado para el final. Los comienzos, por dificiles que sean, son siempre hermosos. Pero, ¿y el final? A mí me parece que la libertad no nos acompaña hasta el final. Que nos ilusiona pero acaba siendo solo eso, una ilusión.

Por eso vuelvo ahora a la respuesta de mi amiga. Está claro que no le va muy bien en su matrimonio. Que la ilusión que le llevó a él ya no le lleva a ninguna parte. Pero me gusta su respuesta. Sin ilusión sigue habiendo camino. Cuando una puerta se cierra se pueden abrir otras. Acaso más dulce que el principio del camino sea el camino mismo, el vivir de cada día. Claro que no es tan fácil saborear su dulzura, tan poco embriagadora, tan distinta de la de los comienzos que, más que dulzura, parece amargura. Pero ahí nos encontramos mi amiga y yo, en los caminos del vivir.

Y ahora yo me pregunto ¿no habrá caminos diferentes para el casado y para el que no puede o no debe casarse? Después de todo, la vida lleva por caminos de soledad al casado y con familia y por caminos de amor y de amistad al monje o solitario…

Texto escrito por V.M.P

DIARIO DE UN SACERDOTE EN EL RURAL

Domingo 3 de Julio

Ha perdido a su mujer hace poco más de un mes. Después de quince años luchando por seguir viviendo con el cáncer o a pesar suyo dejó de vivir sin querer. Hasta el último momento siguió esperando nueva tregua con su adversario. Su vida venía siendo desde quince años atrás una sucesión de batallas y de treguas, de pequeñas victorias entre amargas derrotas. Pero ella nunca se rendía. Amaba la vida.

Y allí estaba él esta tarde al otro lado del teléfono. Los primeros días después de su muerte, me decía, lo llevaba mejor. Pero ahora, peor. Nunca hubiera imaginado tanta soledad. Los suyos no se cansan de animarle a salir y distraerse pero él no tiene ganas. Su vida era ella desde hacía más de treinta años y ahora ella es un recuerdo, o mejor, el único recuerdo que habita su memoria. Su memoria misma, llena de recuerdos suyos.

Y, ¿qué puedo decirle? ¿Cómo le podré consolar de lo inconsolable? ¿Quién podrá llenar el vacío abierto en su corazón como una sepultura abierta en la tierra para acoger un cuerpo que ni vive ni deja vivir a quien supo desearlo, primero, y amarlo después con la paciencia del que cuida y el cariño del que espera? Nadie.

Solo Dios. A mi amigo le gusta escuchar mi voz. Le consuelan mis palabras. Yo no las busco. Como corderos en medio de lobos: así envío Cristo a sus discípulos. Mis palabras son así también: como corderos en medio de lobos. Como ella misma. Quince años se pasó luchando por seguir viviendo. El lobo se acabó comiendo al cordero pero ella nunca se rindió. Amaba la vida.

Texto de V.M.P.

DIARIO DE UN SACERDOTE EN EL RURAL

Sabado 25 de Junio

Como es habitual por aquí los sábados a la tarde, los fieles acuden a las misas en sufragio de sus difuntos el aniversario de su muerte. Concurren a la iglesia los deudos y allegados en multitud, pues en las pequeñas parroquias todo el mundo se conoce y se debe algo. Las caras que te encuentras en esta misa te las volverás a encontrar en aquella, aquí como allá, porque quienes han acompañado a otra familia esperan ser acompañados por ella llegado el momento. Hoy por ti, mañana por mí.

En la Galicia rural no hay una misa sin dos. Hay muchas misas de sufragio por los difuntos en un país que se muere lentamente y confía a la memoria los recuerdos de cuantos aquí nacieron y aquí acabarán de vivir. Tal vez emigraron y pasaron largos años lejos de esta tierra. Pero a ella suelen volver: para morir o, acaso, ya muertos.

Yo no me pierdo en distingos. Misa hay una sola porque uno es el sacerdote de la nueva y eterna alianza. Así que celebro en su nombre para los vivos que viven y para los que ya vivieron. Siempre recordaré una sentencia inmensa que escuché a cierta mujer, ya anciana, en la parroquia de Triaba:

«Eles xa pagaron, nos debemos»

Los difuntos ya pagaron su deuda con la vida. Nosotros aun la estamos pagando. Quien haya leído la sentencia de Anaximandro de Mileto podrá recordarla. Yo solo pienso que, entre el sabio milesio y la humilde anciana chairega, han pasado la friolera de dos mil setecientos años en números redondos. Para que luego digan que los difuntos están muertos…

Texto escrito por V.M.P.

DIARIO DE UN SACERDOTE EN EL RURAL

Domingo 26 de Junio

De vez en cuando me siento solo. Y es, que desde hace apenas unos meses, vivo solo en un viejo caserón con más de un siglo encima. Hasta mi llegada aquí había vivido siempre con otros, aunque no siempre igualmente acompañado.

Hay muchas maneras de olvidar la soledad. Pocas, en cambio, de sentir que la necesitamos tanto como la compañía. Nuestro conflicto acaso más íntimo como seres humanos es, más o menos, éste: cuando tenemos compañía echamos de menos un poco de soledad y, cuando la soledad nos tiene a nosotros, echamos de menos el dulce asidero que solo puede ofrecer la compañía.

Nunca, pues, la una sin la otra. Yo he sido niño y luego adolescente. Monje, más tarde, durante muchos años. Desde que tengo uso de memoria he vivido muy bien acompañado. Ahora, en cambio, veo la soledad que viene. De momento me visita. Poco a poco, sus visitas serán cada vez más prolongadas hasta que se quede conmigo y yo me vea forzado a buscar la que me falta, su hermana gemela, la necesaria compañía.

Este domingo he podido escuchar aquel pasaje evangélico en el que Jesús me invita a seguirle:

«Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza»

No diría yo que vivir sin techo ni oficio, como Jesús con sus discipulos, sea en absoluto deseable. Hoy vivimos todos una vida, como ha puesto de relieve Julián Marías, obsesionada por la seguridad. Pero, ¿no es la vida humana radicalmente insegura? Jesús y los suyos debieron de gozar juntos por los caminos de Galilea. No entiendo por qué los teólogos se empeñan en destacar las exigencias que conlleva seguir a Jesús. Al fin y al cabo, aquellos pescadores de Galilea lo dejaron todo en un momento y se fueron con Él…

Tal vez aquí esté la clave, en dejarlo todo sin mirar atrás. Atrás dejamos toda soledad cuando comprendemos que ni compañía tenemos cuando la tenemos. Al que poco tiene nada le retiene. Hasta la soledad le habla, como a mí los muros de este viejo caserón con más de un siglo encima.

Texto escrito por V.M.P

DIARIO DE UN SACERDOTE EN EL RURAL

Domingo 19 de Junio

Hoy la Iglesia celebra la fiesta del Corpus Christi. Es una fiesta de exaltación hasta el extremo. A mí, la verdad, no me atraen los extremos. El brillo de la lumbre deslumbra. Y el deslumbrado queda ciego, tanto como el que nunca ha visto un solo rayo de luz.

Hay recuerdos que acompañan siempre. Es lo bueno que tienen. Van siempre con uno mientras hace cualquier otra cosa, su vida cotidiana. Más que luz, son claridad en el camino. Con ellos en la memoria es difícil perderse.

Recuerdo que, siendo niño, se pusieron de moda los rotuladores de colores. Mis compañeros de clase llegaban al aula cada mañana con cajas repletas de rotuladores. Se pasaban el rato, entre clase y clase, pintarrajeando con ellos las hojas de sus cuadernos. Todos, menos uno. Había un niño que no traía rotuladores a clase. Llegaba siempre con un estuche viejo y unos pocos lapices de colores dentro, ya gastados por el uso.

Aquel niño -lo recordaré siempre- hacía unos dibujos maravillosos con sus pocos lápices. Con poco era capaz de hacer mucho ¿No es precisamente éste el milagro de la Eucaristía que la Iglesia exalta hasta el extremo en la fiesta del Corpus Christi? Con cinco panes y dos peces nos cuenta el evangelio que dio de comer Cristo a una multitud. Y con un poco de pan y vino la vida de Cristo sigue alimentando la fe de muchos a través de las especies eucarísticas.

De la vida que se multiplica al entregarse saben mucho quienes, con pocos medios, son capaces de hacer grandes cosas. Lástima que las exaltaciones eucarísticas necesiten tantos medios para brillar «más que el sol», como aquellos tres jueves de antaño: Corpus Christi, Jueves santo y la Ascensión.

Texto escrito por V.M.P.

DIARIO DE UN SACERDOTE EN EL RURAL

Sábado 18 de Junio

Hoy me han invitado a una comida vecinal. En la vega de un río, de frondoso arboledo y aire apacible, los parroquianos izaron carpas y juntaron mesas, con sus manteles de papel y sus cubiertos limpios. Todo estaba listo cuando llegué. Primero, la misa de campaña. Luego, la orquesta animando al baile con escaso éxito entre la concurrencia. Al final, la mesa y todos sentados a ella para dar buena cuenta de las viandas.

«Coma, don Vitor, coma». Pasaban los platos de jamón y pulpo entre los comensales mientras sonaba, una y otra vez a mi lado, la misma gracia. Yo comía con placer pero mi vecino de mesa me seguía repitiendo: «coma, don Vitor, coma». Debía de verme con reparo a alargar mi mano a los manjares. Pero ni reparo ni prisa era lo que yo tenía.

Claro que uno necesita oír, de vez en cuando, algo asi. Necesita sentir que se preocupan de uno aun cuando no necesite que se preocupen de hecho. Todos seguimos siendo, a lo largo de la vida, el niño que, en la oscuridad de la noche, busca un poco de luz para dormir seguro. La vida humana es insegura por naturaleza y la edad adulta no es más que un intento de aparentar seguridad y calma. En realidad, yo debía agradecer que mi comensal, de vez en cuando, me repitiese: «coma, don Vitor..».

Texto escrito por V.M.P.

DIARIO DE UN SACERDOTE EN EL RURAL

Viernes 17 de Junio

Como cada viernes, empiezo el culto dominical en la parroquia de Pacios de Castro de Rei. Es viernes pero nos imaginamos que es domingo. Hay lugares donde el tiempo no pesa. Todos los dias corren ligeros, impulsados por la fuerza de la costumbre, que les da alas por si quieren volar. Y ya lo creo que quieren. Parece que fue ayer y es mañana.

Hay solo un lugar en esta parroquia donde el tiempo intenta detenerse. Donde recoge sus alas y hace pie sobre la tierra. Ese lugar es precisamente su iglesia. Allí acuden pocos pero asiduos. Escuchan con atención la misa, más que la oyen. El cura se permite con ellos cierta libertad en las palabras. Es lo que pasa cuando uno se siente escuchado: que dice más de lo que pensaba decir.

Acabada la misa nos pasamos en el atrio casi una hora, a veces, cuando no llueve. Allí hablamos de lo divino y lo humano. Sobre todo, nos reímos juntos. Es nuestro momento de la semana. Huelen a bálsamo esos breves instantes que se prolongan en la calma de la tarde. Desde ellos miramos la vida que nos queda como si ya no pudiera ofrecernos nada mejor: un tiempo para disfrutar.

Texto escrito por V.M.P.

DIARIO DE UN SACERDOTE EN EL RURAL

Domingo 12 de junio

Hoy he celebrado la fiesta de la Santísima Trinidad. A los seres humanos nos cuesta demasiado entender que la diferencia no es un obstáculo para alcanzar la unidad, antes bien, es la condición necesaria para que sea posible. No hay verdadera unidad allí donde todos tienen un mismo pensar y sentir sino allí donde todos escuchan y respetan los pensamientos y sentimientos de los demás cuando no coinciden con los propios. La unidad se realiza en la diferencia porque es el gran don de Dios al mundo. A él se ha revelado como Trinidad de Personas diferentes: Padre, Hijo y Espíritu. El Dios trino ha creado un mundo lleno de diferencias que el espíritu humano necesita comprender para alcanzar su propia unidad consigo mismo, con los otros, con su Creador.

Texto escrito por V.M.P.

DIARIO DE UN SACERDOTE EN EL RURAL

Jueves 9 de Junio

La Iglesia celebra hoy la fiesta de Cristo, Sumo y eterno sacerdote. Me recuerda lo que soy para que no olvide quién soy. Soy algo muy grande pero alguien muy pequeño. Y, sin embargo, es mi propia pequeñez la que debe sostener tanta grandeza. Para ser algo en el mundo hay que ser alguien en la vida. Ser una persona: nada más y nada menos.

Y ¿qué es una persona? Es una voz puesta en pie. Las cosas están ahí. Pasan o duran. Y nosotros hablamos de ellas. Aprendemos de otros las palabras para nombrar la roca que resiste, el agua que se escurre o el aroma que se esfuma dando vida…Hablamos de lo que hemos oído para entender lo que vemos. Ser persona es muy poca cosa. Pero, justo por eso, es capaz de sostener en pie el peso de las cosas más grandes: lo que queremos ser en el mundo y lo que admiramos en él.

Texto escrito por V.M.P.