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¿QUE REGALAR EN LAS NAVIDADES?


La llegada de las navidades trae consigo múltiples preocupaciones a la hora de celebrar las fiestas. Desde elegir el hogar familiar para cada día señalado, la preparación de los menús, hasta incluso el pensar como vamos a acomodar a nuestros seres queridos en nuestras casas. Pero sin duda, en medio de tantas cosas a tener en cuenta, hay una cuestión que sobresale por la cantidad de tiempo, esfuerzo y dinero que le dedicamos: comprar los regalos navideños.

Buscar el regalo apropiado a cada ser querido, ajustarse a sus gustos y, sobretodo en muchos hogares, que encaje en el limitado presupuesto, es algo que nos da que pensar, quizás demasiado que pensar; a veces, hasta nos preocupa.

Con tristeza observo desde mi cercanía con los pobres, como para muchas familias, al no poder comprar ni siquiera lo mínimo indispensable, como los alimentos de fiesta, se añade el no ser capaces de reunir dinero suficiente para regalar a sus hijos juguetes, ropa deportiva, material escolar; e incluso, no alcanzar por lo menos una vez, el poder llevarlos a comer un día una pizza en familia, o ir al cine a ver una película durante todas la vacaciones navideñas. Es decir, no sólo no tienen regalos, sino que tampoco pueden disfrutar de muchas de las ofertas de ocio diseñadas exclusivamente para las clases medias.

Con la vuelta de los niños al cole y al reencontrarse con sus compañeros, muchos narrarán con alegría una lista de regalos y acontecimientos de fiesta cuasi interminable. Otros, tendrán mucho menos qué decir y vivirán con dolor interior que hay niños de primera, segunda y tercera. Los niños, una vez más, son los más vulnerables en nuestra sociedad.

El voraz márketing desarrollado para fomentar el consumismo navideño nos vende un mundo perfecto en la sobre-abundancia. Sin embargo, nada más lejos de la realidad que vivimos a nuestro alrededor: la sociedad, obesa de compras y luces de neón, deja a un lado los hijos de los padres que carecen de trabajo, los hijos las familias rotas, los hijos de los enfermos… deja a un lado a hijos de Dios, a los más pequeños.

En este contexto, me ilumina la razón y el corazón la escena de la Sagrada Familia en Belén, es decir, la Navidad de Jesús. Fruto del amor de Dios por los hombres, el niño Dios nació en un portal, ni casa ni posada; no tenía ni cuna, pues nació en un pesebre donde comen los animales. ¿Se puede ser un niño más pobre? Muchas veces pienso sobre las preocupaciones de sus padres María y José: ¿os imagináis cuan preocupados estarían sobre sus necesidades básicas para el cuidado del niño? La alegría de tener niños es inmensa e inigualable, pero, dejemos a un lado la sobrecarga de las navidades ñoñas y caramelizadas, y veamos lo que no se puede esconder: que en ese portal, también había un rastro de necesidad humana.


Entonces, ¿qué regalar en estas navidades? Un regalo es una muestra de generosidad, afecto y gratitud hacia una persona que queremos. Los cristianos queremos a los pobres.

Muchas son las muestras de generosidad hacia los pobres que se manifiestan estos días: colectas especiales en las parroquias para Cáritas, recogidas de alimentos, conciertos solidarios, y así un largo etcétera. Son muchos los que quieren dar algo de sí para llevar a otros un poco de su alegría.

Me gustaría que en esta navidades todos compartiéramos un poco de nosotros y descubriéramos que lo mejor que podemos regalar estos días es darnos a nosotros mismos, como feliz regalo hacia los demás.

Pongamos lejos de nuestro pensamiento el percibir estas fechas como una pesada carga afectiva que nos obliga a compartir tiempo y dinero; por el contrario, veamos en la Navidad una llamada a convivir, un momento especialmente privilegiado para hacer rebrotar nuestro afecto y amor en familia, en comunidad y en solidaridad con los que menos tienen.

Quisiera que no hiciésemos un “corta y pega” en estas navidades, separando para celebrar solamente lo que parece más bonito, idílico y pastoril, dejando a un lado aparte la grandeza de una realidad reveladora y sanante para el hombre de hoy: el misterio de la Encarnación de Dios. Jesús nació pobre en el mundo, vivó pobre y murió pobre, para luego resucitar rico en amor y misericordia; y con ello reconciliarnos cada día, haciendo de su vida una fraternal llamada a la solidaridad y a la vivencia de un tiempo nuevo entre todos los hombres y Dios.

En Navidad, regálate tú.

Sé tú la alegría de la Navidad.

Texto escrito por Juan Pablo Alonso Rolle, párroco de la Unidad Pastoral de As Pontes

DIARIO DE UN SACERDOTE EN EL RURAL

Domingo 19 de Junio

Hoy la Iglesia celebra la fiesta del Corpus Christi. Es una fiesta de exaltación hasta el extremo. A mí, la verdad, no me atraen los extremos. El brillo de la lumbre deslumbra. Y el deslumbrado queda ciego, tanto como el que nunca ha visto un solo rayo de luz.

Hay recuerdos que acompañan siempre. Es lo bueno que tienen. Van siempre con uno mientras hace cualquier otra cosa, su vida cotidiana. Más que luz, son claridad en el camino. Con ellos en la memoria es difícil perderse.

Recuerdo que, siendo niño, se pusieron de moda los rotuladores de colores. Mis compañeros de clase llegaban al aula cada mañana con cajas repletas de rotuladores. Se pasaban el rato, entre clase y clase, pintarrajeando con ellos las hojas de sus cuadernos. Todos, menos uno. Había un niño que no traía rotuladores a clase. Llegaba siempre con un estuche viejo y unos pocos lapices de colores dentro, ya gastados por el uso.

Aquel niño -lo recordaré siempre- hacía unos dibujos maravillosos con sus pocos lápices. Con poco era capaz de hacer mucho ¿No es precisamente éste el milagro de la Eucaristía que la Iglesia exalta hasta el extremo en la fiesta del Corpus Christi? Con cinco panes y dos peces nos cuenta el evangelio que dio de comer Cristo a una multitud. Y con un poco de pan y vino la vida de Cristo sigue alimentando la fe de muchos a través de las especies eucarísticas.

De la vida que se multiplica al entregarse saben mucho quienes, con pocos medios, son capaces de hacer grandes cosas. Lástima que las exaltaciones eucarísticas necesiten tantos medios para brillar «más que el sol», como aquellos tres jueves de antaño: Corpus Christi, Jueves santo y la Ascensión.

Texto escrito por V.M.P.

DIARIO DE UN SACERDOTE EN EL RURAL

Sábado 18 de Junio

Hoy me han invitado a una comida vecinal. En la vega de un río, de frondoso arboledo y aire apacible, los parroquianos izaron carpas y juntaron mesas, con sus manteles de papel y sus cubiertos limpios. Todo estaba listo cuando llegué. Primero, la misa de campaña. Luego, la orquesta animando al baile con escaso éxito entre la concurrencia. Al final, la mesa y todos sentados a ella para dar buena cuenta de las viandas.

«Coma, don Vitor, coma». Pasaban los platos de jamón y pulpo entre los comensales mientras sonaba, una y otra vez a mi lado, la misma gracia. Yo comía con placer pero mi vecino de mesa me seguía repitiendo: «coma, don Vitor, coma». Debía de verme con reparo a alargar mi mano a los manjares. Pero ni reparo ni prisa era lo que yo tenía.

Claro que uno necesita oír, de vez en cuando, algo asi. Necesita sentir que se preocupan de uno aun cuando no necesite que se preocupen de hecho. Todos seguimos siendo, a lo largo de la vida, el niño que, en la oscuridad de la noche, busca un poco de luz para dormir seguro. La vida humana es insegura por naturaleza y la edad adulta no es más que un intento de aparentar seguridad y calma. En realidad, yo debía agradecer que mi comensal, de vez en cuando, me repitiese: «coma, don Vitor..».

Texto escrito por V.M.P.

DIARIO DE UN SACERDOTE EN EL RURAL

Viernes 17 de Junio

Como cada viernes, empiezo el culto dominical en la parroquia de Pacios de Castro de Rei. Es viernes pero nos imaginamos que es domingo. Hay lugares donde el tiempo no pesa. Todos los dias corren ligeros, impulsados por la fuerza de la costumbre, que les da alas por si quieren volar. Y ya lo creo que quieren. Parece que fue ayer y es mañana.

Hay solo un lugar en esta parroquia donde el tiempo intenta detenerse. Donde recoge sus alas y hace pie sobre la tierra. Ese lugar es precisamente su iglesia. Allí acuden pocos pero asiduos. Escuchan con atención la misa, más que la oyen. El cura se permite con ellos cierta libertad en las palabras. Es lo que pasa cuando uno se siente escuchado: que dice más de lo que pensaba decir.

Acabada la misa nos pasamos en el atrio casi una hora, a veces, cuando no llueve. Allí hablamos de lo divino y lo humano. Sobre todo, nos reímos juntos. Es nuestro momento de la semana. Huelen a bálsamo esos breves instantes que se prolongan en la calma de la tarde. Desde ellos miramos la vida que nos queda como si ya no pudiera ofrecernos nada mejor: un tiempo para disfrutar.

Texto escrito por V.M.P.

DIARIO DE UN SACERDOTE EN EL RURAL

Domingo 12 de junio

Hoy he celebrado la fiesta de la Santísima Trinidad. A los seres humanos nos cuesta demasiado entender que la diferencia no es un obstáculo para alcanzar la unidad, antes bien, es la condición necesaria para que sea posible. No hay verdadera unidad allí donde todos tienen un mismo pensar y sentir sino allí donde todos escuchan y respetan los pensamientos y sentimientos de los demás cuando no coinciden con los propios. La unidad se realiza en la diferencia porque es el gran don de Dios al mundo. A él se ha revelado como Trinidad de Personas diferentes: Padre, Hijo y Espíritu. El Dios trino ha creado un mundo lleno de diferencias que el espíritu humano necesita comprender para alcanzar su propia unidad consigo mismo, con los otros, con su Creador.

Texto escrito por V.M.P.

DIARIO DE UN SACERDOTE EN EL RURAL

Jueves 9 de Junio

La Iglesia celebra hoy la fiesta de Cristo, Sumo y eterno sacerdote. Me recuerda lo que soy para que no olvide quién soy. Soy algo muy grande pero alguien muy pequeño. Y, sin embargo, es mi propia pequeñez la que debe sostener tanta grandeza. Para ser algo en el mundo hay que ser alguien en la vida. Ser una persona: nada más y nada menos.

Y ¿qué es una persona? Es una voz puesta en pie. Las cosas están ahí. Pasan o duran. Y nosotros hablamos de ellas. Aprendemos de otros las palabras para nombrar la roca que resiste, el agua que se escurre o el aroma que se esfuma dando vida…Hablamos de lo que hemos oído para entender lo que vemos. Ser persona es muy poca cosa. Pero, justo por eso, es capaz de sostener en pie el peso de las cosas más grandes: lo que queremos ser en el mundo y lo que admiramos en él.

Texto escrito por V.M.P.

LA VIDA AUTÉNTICA

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¿Tenemos un destino cada uno de nosotros? ¿Está escrito en alguna parte? ¿Qué es el destino? ¿Es algo que podemos cumplir? ¿O algo que no podemos evitar? Solemos entenderlo en este último sentido. Hagamos lo que hagamos, hay un día y un lugar escritos e imprevistos para cada uno. El destino se cumple sin nosotros. Es inexorable.

Pero no es ésta la unica manera de entenderlo. También podemos concebir un destino cumplido por nosotros mismos y no a pesar nuestro. Hace poco escuché a alguien envidiar la suerte del que muere «su propia muerte». Muere su propia muerte el que no la encuentra en un accidente fortuito. Es cierto que, a veces, los accidentes son inevitables. Pero no siempre.

¿Fue la muerte de Jesús su propia muerte? ¿Pudo haberla evitado? Sin duda que pudo. El hombre piadoso aspira a distinguir las cosas que puede cambiar de aquellas otras que debe aceptar. Pero el hombre de fe ha descubierto que puede cambiar todas las cosas ¿Cómo es ello posible? Porque tiene una vocación. Cuando alguien vive su destino como una vocación es capaz de cambiarlo todo. No él mismo, en realidad, sino El que le llama. Vocación es respuesta a una llamada. Ni la llamada ni la respuesta están escritas en ninguna parte.

Cuando el Resucitado recuerda a sus discípulos lo que estaba escrito -«que el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos y en su nombre se predicara la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos…»- no hace alusión a un destino que no pudo evitar sino al que pudo cumplir. Y libremente cumplió. Suya fue la respuesta, no la llamada. La vocación, no el destino. Pudo no haber respuesta alguna. Se habría cumplido, entonces, el destino a pesar suyo. Habría muerto como cualquier hombre, un día y en un lugar escritos e imprevistos. Pero nadie muere como cualquier hombre porque nadie vive como cualquier otro si no quiere.

Si Jesús vivió su propia vida y murió su propia muerte, entonces puede darnos vida. Nos dan vida las personas que nos animan a vivir la nuestra y no la suya. Nos quitan vida, energía, los que se empeñan, por el contrario, en que pensemos y actuemos como ellos. A la Resurrección sigue la Ascensión. A la vida del Resucitado, la vida de la Iglesia. A la Pascua, el envío del Espíritu a todos los pueblos e individuos. Para que todos seamos otros Cristos, pero a nuestra manera. Para que todos seamos uno, pero diferentes. Para que todos podamos convertirnos a una vida auténtica y plena. A una muerte y a un destino que no están escritos en ninguna parte.

Texto escrito por V.M.P.

LO QUE NO PUEDO QUERER

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Una de las preguntas que me hago a menudo es la siguiente: ¿qué es lo primero? ¿la fe o el amor?

Parece una pregunta absurda pero no lo es para mí. A lo largo de la vida me he encontrado con personas sinceramente religiosas que, sin embargo, no he podido -o no he sabido- querer. Y esto por una razón bien simple: porque no me he sentido querido. Nadie puede querer a otro si primero no se siente querido por él. La gratitud es la raíz necesaria y pura del amor.

Pero, si todos buscamos al mismo Dios y Dios es, en palabras de San Anselmo…

«aquello mayor que lo cual nada se puede pensar»

¿cómo es posible que no sepamos amar algo mucho más pequeño, a saber, al prójimo? El que ama lo más grande, ¿no será capaz de amar lo más pequeño? La respuesta a esta pregunta se halla implícita en la propia sentencia anselmiana. El Dios que es lo más grande para la razón humana no lo es, en cambio, para el corazón de cada uno. Lo más grande no puede ser amado. No necesita amor porque ya es grande. Amor necesita lo más pequeño, lo frágil, lo acaso insignificante. Amando lo pequeño, lo que no cuenta para la razón ni el cálculo, es como todos nos hacemos verdaderamente grandes. Nos hacemos sencillamente humanos.

Lo leemos en el evangelio de Juan:

«El que me ama prestará atención a mi palabra»

¿Hay algo más pequeño que la palabra? ¿Más limitado? Solo puede haber una cosa más limitada que la palabra humana: el cuerpo con el que nacemos y morimos, con el que sufrimos y gozamos, con el que respiramos. Las palabras no se gastan si las cuidamos. Nuestro cuerpo, por más que lo cuidemos, se acaba desgastando. Por eso nuestro cuerpo necesita más amor que nuestras palabras. Y, por eso, la Palabra se hizo carne. Para hacerse doblemente necesitada de amor. Doblemente limitada: por ser palabra y por encarnarse en un cuerpo frágil y mortal como el de cualquiera de nosotros.

«…y mi Padre le amará…»

Si la gratitud es la raíz necesaria del amor, ¿como no vamos a sentirnos amados cada vez que amamos lo que necesita amor: la palabra de Jesús y al propio Jesús, que es la Palabra hecha carne? Al Dios que es «aquello mayor que lo cual nada puede pensarse» no es posible amarlo. Lo grande ya es grande. No necesita nuestro amor. Pero solo allí donde no hay necesidad puede haber gratitud. El Padre ama al que ama a su Hijo por pura gratitud. Y es tal su gratitud que, como podemos seguir leyendo en el evangelio de Juan…

«vendremos a El y haremos morada en Él»

Ya no hay grande ni pequeño donde hay amor. No hay señores ni esclavos. Ni propios ni extraños. Ahora sé que lo primero es el amor. Y la fe es su fruto: fruto de la gratitud, don de Dios, que no necesita nada de nosotros pero se ha hecho pequeño y necesitado por nosotros. La fe de las personas sinceramente religiosas que no he podido querer es su fe. Su Dios es «lo más grande que cabe pensar». Pero lo grande para la razón no cabe en nuestro corazón. No necesita amor.

Texto escrito por V.M.P

¿QUIÉN DEFRAUDA A QUIÉN?

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¿Cuál es el daño que advertimos primero? ¿El que hacemos o el que nos hacen?

¿Hay alguien que, al golpear, no se defienda? ¿O que, al huir, no crea espantar a su adversario?

¿Quien hay dispuesto a reconocer que se engaña a sí mismo? ¿Y quién no teme, más bien, que otro le engañe?

Judas fue un Judas, el primero de todos. Su propio nombre ha llegado hasta nosotros como sinónimo de traidor. Ahora bien, ¿quién defraudó a quién? Sabemos que Judas defraudó a Jesús. Pero ¿nos hemos preguntado alguna vez si Jesús, a su vez, no defraudó a Judas? ¿No sintió acaso Judas defraudadas sus expectativas acerca de Jesús? ¿Era Jesús la clase de hombre que Judas esperaba encontrar?

Los caminos de Judas y de Jesús se cruzaron un momento antes de separarse para siempre. Uno, hacia el abismo de la desesperacion. El otro, hacia una soledad abismal. En su desesperación piensa el salmista que

«todos los hombres son unos mentirosos».

Que la gente es mala o que no te puedes fiar de nadie…¿no es lo que solemos tomar por verdadero? Pero, si no te puedes fiar de nadie, ¿te vas a fiar de ti? Judas, en su desesperación, se acaba quitando de en medio. Implacable lógica.

Jesús, en su soledad, sabe en quién puede con fiar ¿se arrepintió, acaso, de haber confiado en Judas? ¿Se sintió defraudado por él? Yo creo que no. Al hombre en su soledad no le sobra nadie. Sabe por experiencia que nadie engaña o defrauda a otro si no se ha engañado primero a sí mismo. Ahora bien, ¿cómo se yo que no me engaño? Si habito en la confianza. Fuera de ella, no es posible la vida. Judas lo supo y se la quitó. A los infiernos bajó Jesús en su busca. Por eso ahora podemos cumplir el mandato del Señor:

«amaos unos a otros como yo os he amado»

Texto escrito por V.M.P

SER UNO MISMO, SER DIOS

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El evangelio nos resulta, a veces, muy difícil de entender. Es muy bella, por ejemplo, su imagen del pastor que da la vida a sus ovejas. Ellas escuchan su voz y nadie podrá arrebatarselas. Pero, ¿cuál es el sentido profundo de expresiones como «vida eterna» o «escuchar su voz»? Damos por supuesto que su sentido no se reduce al de otra vida después de la muerte o al de una llamada a escuchar al Papa y a los obispos, representantes de Jesús en el mundo.

Cuando Jesús afirma que el Padre y Él son uno, ¿se limita a a afirmar su propia condición divina? «¡Tanto mejor para Él!», es lo único que se nos ocurriría decir entonces. Pero, ¿y si hay en esta afirmación algo que nos puede concernir profundamente a todos?

En nuestro mundo los medios de comunicación han llegado a ser extremadamente poderosos e invasivos: prensa, revistas, radio, televisión e internet multiplican la información que ya nos aporta el grupo de familiares, amigos y compañeros de trabajo. Llegan a nuestros oídos, pues, muchas voces. Cada una de ellas nos comunica un mensaje diferente: que esto o aquello es importante, que deberíamos hacer esto o aquello. Nunca ha habido tal diversidad de mensajes ¿Nos sorprende encontrarnos hoy con tanta gente «confundida»?

¿Por qué escuchamos una voz antes que otra? En una ocasión -estaba por entonces de moda el movimiento carismático-, me encontraba en Trois-Rivieres cuando una joven se acercó a mí llorando. Había quedado sin nada y caído en la cuenta de la tontería que acababa de hacer: dejar su empleo en Rimuski porque se lo había pedido alguien de su grupo de oración. Pretendiendo tener el don de profecía, le había asegurado que debía escuchar una llamada a mudarse a Trois-Rivieres. Ni ella supo escuchar el susurro de su ser profundo ni el supuesto profeta sabía nada de su vida. Cuando jóvenes musulmanes desesperados escuchan de buena fe la llamada de un mulah a convertirse en bombas humanas, ¿escuchan, acaso, la voz adecuada? Incluso las voces que suenan con un acento religioso pueden ser destructivas.

De una voz que resuena dentro de nosotros y nos despierta a la conciencia de nuestra propia grandeza como seres humanos: de esto nos habla el evangelio. No vayamos a creer que se trata de una voz exterior. Brota de nuestro ser más hondo. Si no sabemos escucharla, las voces de moda o los charlatanes de turno nos llevarán donde ellos quieran. Una madre no tiene dificultad en reconocer el grito de su hijo. Pero, entre los vaivenes y reveses de la vida, la dificultad es mucho mayor ¿Cómo es posible que una joven como Jacqueline, psicóloga de carrera en la región de Montreal, se vea ante la responsabilidad de construir una escuela para los Tuareg en el Sahara nigeriano, tras un viaje al continente africano con su marido y la amistad adquirida con su guía Tuareg? Lo que vio y oyó encendió la llama que ardía en su interior, es decir, lo mejor de sí misma.

Podemos decir algo semejante de un hombre o una mujer que, sin haber viajado nunca, han escuchado en el seno de su propia familia esta voz que les acerca a lo mejor de sí mismos. En cualquier caso, nos encontramos con el mismo gozo y la misma paz, signos de la voz del buen pastor.

¿Tiene algo que ver nuestra reflexión, mundana en apariencia, con el evangelio de Juan? Mucho. Cuando Juan escribe su evangelio han pasado ya muchos años desde la muerte de Jesús y desde su tránsito a otra vida. Ha reflexionado mucho sobre el sentido de una vida con Jesús y ha descubierto que no es necesario buscarle saliendo fuera de nosotros mismos. Es en nuestro interior donde podemos escuchar el eco de su voz porque somos, al fin, miembros suyos. Y solo en la medida que sepamos escuchar esta voz interior seremos capaces de distinguir los buenos pastores de los malos en nuestro mundo. Cuando muramos, solo aquello que somos de verdad -lo mejor de uno mismo- permanecerá para siempre. Es lo que Juan llama «vida eterna». El resto perecerá. La vida que realmente nos identifica y viene de Dios nadie nos la podrá arrebatar.

El evangelista va más allá aun: al ser nosotros mismos, con todos los rasgos de nuestra historia personal, nuestro rostro se empieza a parecer al de Jesús, esto es, al del mismo Dios. He aquí, pues, el misterio que Dios nos ha revelado: ser uno mismo es, al mismo tiempo y de alguna manera, ser Dios ¿Somos conscientes de esto?

Texto escrito por André Gilbert con traducción de V.M.P.